Por Daniela Guadalupe Larios Guzmán
Lic. en Contaduría Pública, 2º. semestre
Cuenta una vieja historia que hace varios años, en
el municipio Jesús María, Jalisco, un pequeño grupo de
arqueólogos para buscar algo que les pudiera ayudar
a explicar la historia del lugar, iniciaron una importante
expedición en el cerro de San Agustín, era un Jueves
Santo.
Al caer la noche, uno de los arqueólogos se sentó en
una gran roca a la orilla del camino para esperar a sus
compañeros que se habían retrasado, cuando de pronto,
escuchó unas campanadas muy fuertes, intrigado decidió
ir a averiguar lo que estaba pasando. Allí muy cerca de
donde se había sentado, de pronto vio un raro y enorme
portón de madera…entró y prácticamente desapareció.
Poco después de ocurrido tan misterioso suceso,
sus compañeros regresaron y lo estuvieron esperando
un rato, lo buscaron por todas partes pero todo fue en
vano; pasando un tiempo considerable y al no encontrarlo
ni verlo, ellos pensaron que ya estaba en su casa y
decidieron emprender su camino de regreso.
Al llegar a la casa del arqueólogo desaparecido,
tampoco lo encontraron y creyeron que había ido a cenar,
puesto que le gustaba mucho salir al pueblo por las
noches; entonces se olvidaron del asunto por ese día y
se fueron a dormir.
Después se dieron cuenta de que por más que pasaban
los días, su compañero no volvía; por ello, decidieron
emprender nuevamente una
intensa búsqueda; después de
un par de largos y cansados
meses de esfuerzos fallidos,
decidieron darlo por muerto y
seguir con sus proyectos.
Un año después, exactamente
un Jueves Santo, la esposa
del arqueólogo perdido, quedó
atónita al ver a su amado esposo
entrando a la casa, viéndose de
la misma manera que lo vio por
última vez aquel triste día, al
salir de su hogar... Sorprendida
e incrédula, corrió a tocarlo y a preguntarle: ¿Que había
pasado?, ¿Dónde había estado?, ¿Por qué los había
abandonado?
Extrañado por las lágrimas de su mujer y al verla tan
sorprendida, le pide que se tranquilice, que sólo retrasó
una hora su llegada, porque había decidido ir a misa de
último momento y por ello no le había avisado.

Luego de haberse convencido el arqueólogo de que
ambas historias eran ciertas, comienza a contar sobre los
milagros de los que fue partícipe durante aquel memorable
“Jueves Santo”.
Cuenta la leyenda, que en dicho cerro cada año,
durante el jueves santo, se escuchan las campanadas
llamando a misa y aparece una misteriosa puerta de
madera, que sólo aquellos que tienen una conciencia
tranquila, tienen la oportunidad de entrar a un templo
lleno de cosas hermosas y guardar un año de su vida en
sólo una hora de ese día, logrando así experimentar “los
tiempos de Dios”. Verdad o fantasía, los relatos contados
al respecto, resultan ser sorprendentes, tanto para
creyentes como para no creyentes.
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