Javier Contreras
Allá muy lejos, por el rumbo de la India (Nótese que
todas las cosas interesantes suceden allá muy lejos y
sólo le pasan a gente extraña, que uno no conoce) y de
acuerdo con la costumbre local, casaron a Florecita de
sólo doce años, con Neuras de apenas trece: y a eso le
llamaron “un matrimonio”. La niña todavía jugaba con sus
muñecas, pero le dijeron que ya era “señora”, y que tenía
que actuar como “persona mayor” y hacerse cargo de sus
nuevas responsabilidades… y ella dijo ey. Y Neuras por
supuesto que se la creyó que era el “señor de la casa”
y empezó a actuar en consecuencia. Y así empezaron
estos tórtolos, su nueva vida de casados. Cuando él la
invitaba a la cama, ella se ponía muy contenta y se llevaba
sus muñecas a lo que consideraba que iba a ser una
piyamada, no obstante le sonaba extraña una fiesta de
solo dos, aunque intentaba comprender que se estaba
iniciando en una nueva “vida de pareja”.
¿Porqué lo hicieron? Eso nadie lo sabe. La gente
cuando nace viene sin instructivo anexo y simplemente
hace lo que los otros hacen, dando por sentado que eso
es lo que hay que hacer. Florecita llegó a la edad en
que todas las niñas de su pueblo se casaban y dio por
sentado que eso es lo que correspondía hacer a ella,
aunque nunca se preguntó el para qué… sobre todo por
que en ese tiempo y en esos lugares, estaba fuera de
lugar el andarse haciendo preguntas tontas. Las cosas se
hacían porque sí, porque así se habían hecho siempre y
no se hacían preguntas. La razón de ser de las cosas,
era asunto que sólo competía a las personas mayores. Y
ya cuando crecías, siempre quedaban cuestiones que se
consideraba de sentido común no averiguar y cuya razón
de ser, nadie se había cuestionado pero que se intuía
que su campo sólo concernían a los mayores… pero más
mayores… total que nunca llegaba el tiempo de saber las
respuestas a preguntas que era mejor no hacerse.
El punto es que Florecita tenía que ir a la cama con
su marido a hacer cosas que no quería y no entendía por
qué le tenían que suceder; pero lo vivía con el desgano y
la resignación con que una niña ayuda a su mamá con los
quehaceres de la casa y con el entusiasmo con qué “hace
las cosas que debe”, pero no quiere hacer; como una más
de las múltiples obligaciones que una ama de casa “tiene”
que llevar a cabo en su vida cotidiana. Y, ¿cómo evitarlo?
La única solución era fingirse enferma o con cansancio
extremo. Y así, noche a noche, cuando el mundo aun no
piensa en ponerse en paz; a Florecita le llegaba un gran
sueño, un terrible sueño que no se podía soportar y caía
en cama profundamente dormida… y a partir de aquí, ni
truenos ni relámpagos la podían despertar.
Sí… ella era de sueño profundo… y es que estaba…
tan cansada…
Y por la mañana, antes de que el gallo cantara, ella
se levantaba diligente y presurosa a cumplir todas las
obligaciones que una ama de casa realiza fuera de la
alcoba. Porque eso sí… ¡era muy trabajadora la niña!…
¡muy responsable!… eso sí, ¡muy responsable! ¡Eso que
ni qué! Si su marido la invitaba a que se quedara un rato
más en la cama, ella argüía sobre la enorme cantidad de
trabajo pendiente que la aguardaba y el peligro tan grande
y tan real de que el mundo se detuviera, si ella no atendía
sus quehaceres con prontitud.
Florecita seguía siendo una niña…una pequeña
con obligaciones de adulto; que de su cuenta hubiera
preferido correr entre las mariposas y reunirse con sus
amigas a charlas cosas de las jóvenes, antes que hacerse
cargo de la marcha de una casa… pero la vida la había
encasquetado dentro de un costal de obligaciones de
adulto y no había más que seguir adelante. Pero seguía
siendo una niña… una pequeña que soñaba con sus
muñecas… y que antes que necesitar un marido, clamaba
por un papá que la mimara, la protegiera y la hiciera
sentir su princesa preferida… pero no, no lo logró…y la
vida la casó… y la engañó haciéndole pensar que ya
era adulta… y por ello actuaba ante la sociedad como si
lo fuera… pero no, no era más que una niña, a la que
obligaron a ponerse la ropa de adulto, y a actuar como si
de verdad lo fuera.
Y así se formó una pareja, muy dispareja, que en
apariencia eran marido y mujer, pero que en la práctica eran
un papá con su niña. El soñaba con ir juntos al parque en
un paseo romántico; ella quería que él la llevara al parque,
le comprara una nieve y la cuidara mientras que jugaba.
El quería quedarse a descansar en su casa el domingo y
ella quería salir a dar la vuelta y ver el mundo; ¿cuál de
los dos debía ceder? Era más fácil que el esposo actuara
como “papá” con respecto a la niña, a esperar a que ésta
se olvidara de su infancia y actuara como un adulto, para
que la pareja fuera una pareja.
Una platica cotidiana de cada domingo sucedía más o
menos así:
Ella decía:
- Hoy es domingo y necesito ir a la ceremonia religiosa.
El respondía:
- Hoy es mi día de descanso y estoy muy cansado. Ve
tú. Aquí te espero.
Ella:
- No me gusta ir sola, parezco viuda. Sólo acompáñame
a la ceremonia religiosa y luego descansas;
El, sabiendo que peleaba una batalla que ya estaba
perdida, inquiría:
- ¿No lo podemos dejar para otra ocasión?
Ella declaraba su victoria, acotando:
- Sólo vamos a esa ceremonia y nos regresamos a que
descanses.
A fin de cuentas, se levantaba el tipo de su diván, se
quitaba a tirones el cansancio que tenía encaramado
en todo su cuerpo y lo arrojaba violentamente en algún
rincón; se colocaba una cara que parecía de entusiasmo
y se disponía a acompañar a su mujercita a la diversión.
Terminada la ceremonia, cuando todas las flechas
apuntaban hacia la casa, ella comentaba sugerente:
- Ya que andamos fuera de casa, ¿porqué no
aprovechamos para ir al cine?
A lo que el ingenuo respondía, que sólo le pedía a la
vida, un sofá donde tirarse a descansar.
Ella entonces atacaba:
- Pero hoy pasan una película muy buena, que he
tenido muchas ganas de ver y que ya no estará disponible
la próxima semana.
Conclusión: se fueron al cine a ver la película que ella
quería ver… Y saliendo de la función, ella sugiere melosa:
- Pues ya que andamos fuera, vayamos a cenar a algún
restaurant.
Y desde luego, que después del consabido intercambio
de opiniones de que ya necesito que nos vayamos a la
casa y los de que aprovechemos que ya estamos acá, y
cosas por el estilo; terminaban yendo a cenar al restauran
preferido de Florecita. Total, que para cuando regresaban
a casa, se había acabado el domingo y ya mañana será
otro día. Después, cuando se estaban preparando para
descansar, ante el inmenso sueño que ella sabía que de
repente le iba a llegar, ella atacaba:
- ¡Tú siempre me estás pidiendo que yo haga cosas por
ti y tú nunca haces nada por mí!
A lo que el pobre infeliz argumentaba que renunció
a su anhelado descanso dominical, y gastó el día
acompañándola a los sitios que ella quiso ir; a lo que la
niña respondía airada:
- ¡No digas me que acompañaste, porque fue decisión
de los dos ir! ¡Los dos quisimos salir! ¡Fue un asunto de
los dos! Tú nunca haces nada que sea sólo por mí, y sólo
quieres que yo esté siempre haciendo cosas por ti. Y este
era un domingo más en la lista, un fin de semana común y
corriente en la vida de Florecita.
Ey… era una mártir la niña… ey… y todo porque la
vida la puso a hacer funciones de adulto, cuando ella sólo
quería ser lo que era: una niña.
Bueno, son cosas que pasan por allá lejos, por el rumbo
de la India.
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