Seguramente a todos nos agrada que nos brinden una
sonrisa cuando acudimos a comprar algo al súper o recibimos
algún tipo de servicio. Aún que la modernidad actual exige el
uso y en ocasiones, el abuso de las máquinas expendedoras
de productos o servicios, nos resignamos pero no aceptamos
del todo, ser atendidos por un conjunto de fierros, plásticos,
cables, transistores y demás, convertidos en un robot capaz
de vendernos algo y hasta de robarnos (las famosas máquinas
tragamonedas, que sí se las tragan), y ni a quien reclamarle.
Las sonrisas en los empleados humanos (que por
fortuna seguimos siendo mayoría) es algo muy agradable para
las inmensas mayorías cuando las recibimos y suelen ser el
factor decisivo para determinar a dónde acudir para alguna
compra o algún servicio. Nos gusta ir a donde nos tratan bien,
y eso no tiene nada de raro.
Desde luego que hay muchos tipos de sonrisas; algunas
son sinceras y se notan, otras son quizá por obligación (tiene
que sonreír aunque por dentro esté que se lo lleve la tía de las
muchachas), otras sonrisas son más falsas que un billete de a
7.50, pero aún así son agradables y otras son tan disimuladas
que ni se notan y algunas en cambio son tan discretas,
pero tan discretas, que ni se ven (tal vez porque la persona
simplemente no sonrió).
Ya ve usted que hay un lado oscuro de la luna y nunca
lo veremos; este asunto de las sonrisas en los empleos
también tiene su lado oscuro, pero éste sí puede verse: no
importa en qué consista nuestro empleo, la sonrisa es casi un
requisito indispensable, al menos para el personal que atiende
directamente a clientes.
Pero surge una pregunta: ¿todos los empleos son
propicios para la sonrisa franca y sincera?
Yo creo que no,
pues hay muchas ocupaciones que al desempeñarlas, las
condiciones no son exactamente propicias para generar
sonrisas sinceras.
La leyenda dice que las hienas, esos seres carroñeros
y feroces de origen africano, ríen de todo.
Bueno, en realidad
sus sonidos de comunicación pueden semejar la risa humana,
pero de eso a reír es otra cosa. Bueno, el caso es que alguien
preguntó: si las hienas viven dos cuadras adelante de la
fregada, en un calor peor que la fregada y se alimentan de
carne echada a perder, entonces ¿de qué se ríen las hienas?
Veamos un ejemplo:
Las personas que cobran en las
casetas de peaje de las autopistas (que en su mayoría son
mujeres, benditas mujeres); en un espacio rectangular de no
más de tres metros cuadrados, cuyo único acceso abierto es
la ventanita por donde atienden al usuario y reciben el dinero
del pago, se pasan ocho y hasta dieciséis horas (cuando
doblan turno) dentro de ese pequeño cubículo soportando las
inclemencias del tiempo.
Si el calor es muy intenso (no tienen
protector que les produzca sombra) parece que estuviesen en
un horno a fuego lento; si es tiempo de fríos (que por estos
rumbos suele ser muy generoso) parecieran estar dentro de
un refrigerador hasta que un clemente rayito de sol caliente un
poco su ambiente.
Se puede considerar que su trabajo básico es rutinario
y de poca variante, pues se trata de ver cuántos ejes tiene el
vehículo, marcar, emitir el boleto y cobrar. Así todo el turno.
Esto lo puede convertir en un trabajo tedioso.
Generalmente todo el turno, en ese cubículo no hay sino
una persona, de manera que ni con quien platicar, pues no se
permiten los aparatos de comunicación (celulares, pues) de tal
forma que si el tráfico es de poco aforo, es aún más tedioso.
Como manejan valores en efectivo y otros dispositivos
electrónicos el riesgo de faltantes es muy alto, pues una
equivocación en la percepción, un error de dedo o una falla en
el sistema cibernético (que las suele haber; las computadoras
no son perfectas), afecta directamente a su bolsillo, pues
cualquier falla la tienen que pagar. No hay otra opción.
Añadiendo a todo lo anterior, un factor que limita
considerablemente la producción de sonrisas es el estrés
constante ante el trato recibido por muchos de los usuarios
que, consciente o inconscientemente, suelen tener actitudes
muy molestas e indignas para el personal que les atiende
en el cobro; los hay de muchos tipos: los galanes que ante
una muchacha hermosa (que por estas latitudes las hay
en abundancia) se sienten con derecho de hacerse el
conquistador y lanzan piropos, a veces ingeniosos pero la
mayoría de las veces, más bien groseros. Hay usuarios que
tratan de hacer trampa y no pagar, no considerando que si lo
logran, no dañan a la compañía sino al pobre empleado que
tendrá que pagar el coste del peaje.
Y los ingresos no son
así como muy abundantes y quizá el salario no compensa los
riesgos y molestias.
Asimismo, hay un montón de transportistas (no todos,
afortunadamente), que son francamente groseros y hasta
agresivos. No respetan la dignidad del personal y menos,
si es cajera; ahí hasta con groserías de tipo alburero o de
plano grotesco, les agreden verbalmente, con la consecuente
molestia y enojo de quien recibe las ofensas. Las quejas
(justificadas o no) de los conductores casi en su totalidad, se
las manifiestan a los cajero/as . Más estrés.
Y si a todo lo anterior le añade un posible ambiente
laboral que no sea precisamente compañerismo solidario,
sino que las envidias se manifiestan, ¡pos ya estuvo que van
a sonreír¡
Amigo lector, si su trabajo no es de los que evitan la sonrisa,
felicidades; sonría. Y si es usted usuario de alguna autopista,
regale a quien le atienda en la misma, su comprensión y una
gran sonrisa y lo más probable es que a cambio reciba otra
sonrisa. No cuesta nada y vale mucho.
Gonzalo “Chalo” de la Torre Hernández
chalo2008jalos@hotmail.com
Jalostotitlán, Jal. a 6 de junio de 2019
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