Por María Lizeth Núñez Angulo
Lic. en Negocios Internacionales
Dicen los testigos que son innumerables los milagros
que ha realizado “El Charrito”. Se cuenta que por las noches
Panchito recorría el pueblo para socorrer a los menos
afortunados y separar a los borrachos en riña, por eso las
vestiduras del santo aparecían rasgadas y los huaraches
muy gastados de tanto peregrinar. Para ilustrar esto, don
Diego Sánchez García, oriundo de Real de Catorce, platica
la famosa historia de dos borrachos –Valente y Valentín–
que se enfrascaron en una pelea mortal.
Las cuchilladas empezaban a hacer estragos cuando
un misterioso personaje los conminó a suspender la lucha.
Al evaporarse los efectos del pulque, coincidieron ambos
en que su salvador se parecía a San Francisco de Asís,
por lo que acudieron a la capilla y encontraron que la
efigie mostraba los vestigios y rasgos de las cuchilladas
que supuestamente recibió.
Allí juraron, Valente y Valentín
no volver a tomar, y desde entonces, viven en paz como
trabajadores honrados.
Otro testigo, don Jorge Quijano, cuenta por su parte,
que hace muchos años un niño se perdió en el desierto; lo
buscaron por muchas horas y al no encontrarlo decidieron
dar aviso a la policía de El Catorce.
Cuando lograron hallar
al pequeño, éste dijo que un señor lo había consolado y
ayudado. Los padres acudieron a dar gracias a Panchito y
cuál fue su sorpresa, cuando llegan frente a la imagen, el
pequeño les dijo: “Ese es el hombre que me ayudó”.
A su vez, el relato de don Ignacio Frías refiere que un
barco fue sorprendido por una fuerte tormenta en altamar, y
cuando estaba a punto de encallar, los marinos se treparon
al palo mayor y se encomendaron a San Francisco. La
tripulación se salvó y durante muchos años visitaron a la
venerada imagen.
Cuenta Lole Frías, también natural de El Catorce, que
el primer milagro de Panchito ocurrió cuando un niño cayó
en un aljibe; ya se le daba por muerto, cuando volvió a la
superficie del agua gracias a las oraciones al santo.
También
se dice que la imagen de San Francisco escapaba de la
parroquia donde se encuentra para regresar a la Capilla
de Guadalupe, lugar al que llegó primero. De nuevo era
colocada en su sitio, y otra vez aparecía en la otra capilla.
Todos coinciden en que el milagro más grande que ha
realizado “El Charrito” es haber rescatado del olvido a Real
de El Catorce, luego de que en 1905, debido al cierre de
las minas fue abandonado casi por completo. Los retablos,
que atestiguan la magnitud de la fe religiosa hacia San
Francisco de Asís, llenan la sacristía de la parroquia. Entre
ellos hay algunos muy significativos, como el que data de
1935: “Doy gracias al Señor San Francisco por haber hecho
el milagro de que mi esposo recobrara su libertad, luego de
que iba a ser pasado por las armas”.
Debido a la gran afluencia de peregrinos, las autoridades
municipales cierran el acceso a los automóviles, de modo
que la vía de entrada, el famoso túnel Ogarrio de 2.5 km
de longitud, debe atravesarse en las carretas colocadas allí
para tal fin. Desde la salida del túnel se mezclan los gritos
de los merolicos con las grabadoras a todo volumen y los
músicos de acordeón.
Los rancheros de los alrededores llegan a ofrecer sus
flores, nueces, manzanas, duraznos, tunas, etcétera;
naturalmente, no faltan los vendedores de milagritos,
veladoras, Cristos y cuadros de San Francisco. Hay
quien improvisa un puesto de comida y pone cocido para
chicharrón o vende gorditas.
Quienes ya no alcanzaron hospedaje o su bolsillo no se
lo permite, duermen donde les cae la noche, ya sea en una
improvisada tienda de campaña o en una banca de la plaza
central. Y para las frías madrugadas, en cada esquina se
ofrecen atole y cafecito, con pan de nata para acompañar.
Los necesitados de alivio por los excesos de la noche
anterior, pueden recurrir a bebidas de nombres curiosos:
“cuchi-uchi”, “charro picarón” y “chupetón”.
Al alba del día 4 de octubre, se cantan las mañanitas a
San Francisco de Asís y luego se celebra una misa al aire
libre que reúne a miles de feligreses, Panchito preside la
ceremonia desde el puesto de honor; tras la celebración,
la efigie es conducida de regreso hasta su camarín en la
parroquia, todos los asistentes la acompañan.
Entra pues “El Charrito” y es colocado nuevamente en la
urna. Los mariachis entonan las golondrinas, mientras los
rostros de los presentes se ven conmovidos por el adiós.
Las canciones continúan hasta que el frío de la madrugada
lleva a todos al reposo y el alba anuncia un nuevo
día. Despacio se van retirando los visitantes, la travesía de
vuelta los regresará a sus lejanos hogares, pero el próximo
año volverán a colmar este pequeño y mágico pueblo en
busca de la fe, para pedir nuevos favores y agradecer a “El
Charrito”.
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