“El negro”, dueño del pozo La Tarjea
El Portón de las leyendas
Las narrativas, descripciones, historias, relatos y/o leyendas que aquí se publican,
son productos de aprendizaje del curso-taller “Expresión Oral y Escrita” que imparte el
Mtro. Pablo Huerta Gaytán a estudiantes del Centro Universitario de Los Altos, de la
Universidad de Guadalajara. En algunos textos se mezclan la imaginación, realidad y
ficción para, a partir de la leyenda, llegar incluso al cuento
Por Juan Carlos Camarena Carmona
2° Semestre de Lic. en Contaduría
Pública
En la localidad de Tepatitlán, para ser más específico en
la cima del cerro de Picachos, se encuentra un pozo llamado
“La Tarjea” en el cual todas las personas de alrededor iban
por agua para cubrir sus necesidades.
Cuentan que en el cerro de Picachos, en un rancho vivía
la familia Hernández. La cual tenía varias generaciones
viviendo allí.
El padre se llamaba Eduviges, su esposa
Alberta y sus hijas e hijos, Consuelo, Manuela, José y Jesús.
En el rancho se criaba ganado y se cultivaban árboles
frutales y, para cuidarlos, los Hernández tenían que sacar
agua de “La Tarjea”.
Siempre lo hacían en la mañana, antes de las doce,
porque don Eduviges les decía: No vayan a buscar agua a
esa hora, porque les sale el Negro.
- ¿El Negro? —preguntaban sus hijos.
- Sí -contestaba don Eduviges- ese pozo tiene dueño.
Sus hijos no comprendían qué hacía ese “Negro” allí, si
la familia Hernández era dueña del terreno y, por lo mismo,
del pozo.
- ¿Quién es? -insistían a su padre.
- El viento -respondía don Eduviges- muy serio. Y nada
más.
Pero su hija Manuela era una joven muy curiosa y quería
comprobar si lo que decía su papá era cierto y, sin decirle
nada a nadie, un día se armó de valor y fue a buscar agua a
las doce del día.
Decidió ir sola ya que ninguno de sus hermanos quiso
acompañarla por el temor que su padre les infundía, aparte
de todas las advertencias que les había hecho.
Ya cuando Manuela estaba allí, tomó el cubo y lo lanzó
al pozo.
Al querer sacar el agua, no pasaba nada, y seguía
intentando varias veces, hasta que la muchacha sintió que
alguien le jalaba el cubo. Se inclinó y no vio a nadie. Pero, al
enderezarse, sintió que alguien la cargaba y empezó a gritar:
- ¡Papá!, ¡ayúdame! ¡Que el Negro me está llevando! Su
papá salió corriendo con una soga remojada y se acercó hacia
donde oía a su hija. Pero cuando se disponía a agarrarla,
se encontró con que ya la muchacha estaba encima de la
albarrada.
Al fin, el padre la bajó y la tomó en sus brazos, y en ese
mismo momento Manuela se desmayó.
Tardó una hora para volver en sí.
Y entonces, la llevaron
con un señor que curaba, un yerbatero, pero él dijo:
- Está muchacha no vivirá mucho tiempo, pues el dueño
del pozo se enamoró de ella. Y él la quiere solo para él,
entonces tengan cuidado de que un día entre la noche
vendrá a reclamar lo que es suyo.
Desde entonces, a Manuela le daba mucho sueño. Y no
quería dormir pues sabía que, si dormía, “el negro” vendría
por ella, así duró varios días hasta que una noche no pudo
más y se quedó dormida, A la mañana siguiente, su mamá
fue a despertarla y vio que estaba muerta.
Y como bien lo dijo el yerbero “el negro” vino a reclamar
lo que era suyo.
Después de ese día, el padre destruyó el pozo y decidido
poner una gran piedra sobre ella, pero después de ponerla
comenzó a emanar agua por debajo de ella; dicen las
personas que viven a su alrededor, que son las lágrimas
de Manuela, que sufre por regresar con su familia, aún
actualmente “la tarjea” sigue siendo un lugar que se convirtió
en un abrevadero, donde las personas y animales de los
alrededores acuden a tomar agua.
Pero nadie más ha ido a buscar agua al pozo a las doce
del día, porque dicen que a esa hora es cuando Manuela
busca a un remplazo para que se quede con “el negro” y ella
pueda huir a buscar a su familia.
Este lugar sigue hoy en día en las cercanías del pico
del cerro de Picachos y cuando se está cerca de este lugar
se siente un frio que recorre todo el cuerpo el cual te hace
pensar dos veces para tomar agua de ese lugar.
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