Todo comenzó con una traición Todo
comenzó en la casa de Carlos Salinas de
Gortari cuando este, según cuenta Carlos
Ahumada, otro impresentable, abrió una
de las vitrinas de su biblioteca y sacó de
ella una de las bandas presidenciales que
había usado durante su mandato, se la
dio a Rosario Robles y le pidió que se la
probara. Se consumaba así el primer acto
de una tragicomedia que hoy continúa
representándose en una celda de la
penitenciaria de Santa Martha Acatitla.
Sucumbía, ante el poder y la riqueza,
al ceñirse esa banda, una de las más
importantes dirigentes de la izquierda
mexicana y se comprometía a trabajar
contra la causa por la que había luchado,
y a cerrarle el paso a su compañero de
partido Andrés Manuel López Obrador. “No
hay héroes vivos”, decían en la guerra en
El Salvador. Ante la amenaza de muerte,
tortura o el ofrecimiento de recompensas,
muchas y muchos se quiebran. Solo la
muerte confiere la calidad definitiva de héroe
a quien por sus actos lo merece. La traición
—hija natural de la miseria humana—
siempre es posible mientras se vive y la de
Rosario fue —si cabe— una traición aún
más abyecta. No fue motivada por el miedo
a morir o resultado del tormento; traicionó
por pura vanidad, por infame codicia.
Fracasó Robles. Fracasaron quienes, en el
PRI y en el PAN, con ella conspiraron. Hoy
AMLO despacha en Palacio y ella enfrenta,
en prisión preventiva, un proceso penal por
el desvío de más de 5 mil millones de pesos
del erario. Fracasó con ella el viejo régimen
en su esfuerzo estratégico por perpetuarse
en el poder. Robarse la Presidencia en
2006, con la complicidad de Vicente Fox e
instalar en ella a Felipe Calderón, comprarla
con el apoyo de la televisión en 2012, para
sentar en la silla a Enrique Peña Nieto, le
dieron a ese régimen 12 años más de vida
y una ineluctable condena de muerte que
se cumplió en las urnas en julio de 2018.
Esos 12 años le costaron a México más
de 250 mil muertos, 40 mil desaparecidos,
más de un millón de víctimas, la demolición
hasta sus cimientos de lo que quedaba en
pie de las instituciones y el saqueo de las
arcas y los recursos de la nación. De todo
esto fue cómplice (aunque no se le juzga
por esto) Rosario Robles. A todo eso, a la
masacre y al saqueo perpetrados
impunemente, contribuyó desde
el momento en que conspiró con
priistas y panistas para impedir un
cambio de régimen. Su traición fue
el primer paso. Luego, a imagen y
semejanza del régimen corrupto,
terminó convertida en maestra
de la estafa. Peña la utilizó para
diseñar estrategias que atrajeran
a líderes cercanos a la izquierda
a los que ella “movilizó” utilizando
a su antojo -con la aprobación
de Peña- los recursos del erario.
Rosario era la pieza estratégica
de la campaña, la poseedora de
la fórmula secreta. Los estafó a
todos y ya en la derrota quedó
desprotegida; corrió la suerte de
los traidores que son, en tanto
advenedizos, desechables. La ruta
de Rosario no tiene retorno. Los
viejos policías judiciales decían
que había traidores a los que era
preciso asestar solo dos golpes:
uno para que comenzaran a hablar
y otro para que se callaran. A ella no
la golpearon, solo hicieron trizas su
vanidad al encarcelarla. Comenzó
de inmediato a hablar igual que
Lozoya Austin. Ya señaló a Peña
y a Meade, sus patrones. Ojalá y
la justicia, para serlo realmente,
también los alcance a ellos. @
epigmenioibarra https://www.
milenio.com/opinion/epigmenioibarra/
itinerarios/la-maestra-de-laestafa
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