Javier Contreras
Flor de lis lo había engañado, le había fingido
amor, siendo que no lo sentía por él; pero aun así la
seguía queriendo. Cuando sus amigos le preguntaron
el porqué de su extraño proceder, este respondió con
una lacónica respuesta: ahora sé que nunca me quiso
y que sólo me fingió cariño, pero eso es lo más cerca
que alguna vez haya estado de sentirme amado, y por
sólo eso, le estoy agradecido. Mientras que creí que
me amaba, fui el tipo más feliz del mundo, como no
lo había sido nunca, y aunque mi alegría haya sido
producto de un engaño, viví la época más maravillosa
de mi vida. Ahora puedo escoger: o vivir resentido por
la cruel desilusión de mi presente o vivir saboreando las
mieles de la época en que me sentí realmente amado,
fuera esto verdad o no; para mí lo fue, y eso es lo que
cuenta, pues ese recuerdo feliz, es lo que me llena de
gozo. Sigo disfrutando las mieles de un pasado que
creí firmemente que existió, y es por eso, por creer que
sucedió, que me siento feliz… independientemente de
que tan real haya sido para el resto del universo. Ya lo
dijo alguien más en la antigüedad: “tiene derecho a ser
feliz en sueños, quien en la realidad fue desdichado”.

La vida está llena de situaciones que quien las vive
las cree muy reales en un tiempo y pueden no serlo
después; o muy validas para él y ser consideradas
sólo vanidad o basura, por los demás. Por ejemplo,
el caso de alguien que paga mucho dinero por un auto
de los que cuando se nombran, siempre se lo hace
acentuando la admiración que algunos les tienen y que
a fin de cuentas hace exactamente lo mismo que otro
auto comercial de lujo: llevarte de un lugar a otro con
cierto grado de comodidad y servicios. Pero el “valor”
que le adjudica la persona que paga por él, y que por
ello desembolsa tanto dinero como el valor de varios
de los otros autos “normales”, es algo que quizá sólo
exista en la cabeza del que lo compró y de los demás
que “sueñan” con aquel auto de “tanto renombre”.
Y quien lo compró, cuando se pasea en él, tal vez
vaya soñando que los demás lo ven con admiración
envidia, al ver pasar al afortunado que consiguió
la hazaña que muy pocos pueden lograr. Quizá sí,
quizá no. Pero lo importante para el propietario, es
la impresión que él cree que ocasiona en los demás
cuando sale a pasear en su flamante auto… porque
si sólo un día pudiera sacar su joya, y por equis razón
no hubiera nadie en la calle que lo admirara, tal vez
sentiría una gran frustración en vez del enorme gusto
que esperaba y por más vueltas que diera por todas
partes, juzgaría que no salió a pasear. Entonces: ¿en
qué consistió el “valor” del auto tan caro? ¿En tenerlo,
o en creer que los demás se han dado cuenta que lo
tenemos y suponer que nos admiran?
Tiempo habrá para que cada uno de nosotros
analicemos, si lo que en un tiempo nos hizo felices,
era amor verdadero o sólo nos hicimos tontos creyendo
tener en nuestras manos un gran amor, que a final de
cuentas resulto ser estilo Flor de Lis. En muchas etapas
de nuestra vida, tuvimos una ilusión que creímos bien
verdadera, y eso le dio sentido a nuestra vida: como
cuando podríamos apostar que los reyes magos si
existían. Tiempo después, cuando maduramos y
descubrimos que los reyes magos era pura fantasía,
no se nos cayó el mundo a pedazos, sino que vivimos
una dualidad en la que se combinó la satisfacción
de la “verdad descubierta”, con la incomodidad de
percatarnos de nuestra ahora increíble candidez. Sin
embargo, si alguien se quedara pensando mucho en
la manera en que fue engañado, eso le arruinaría la
vida; pero si deja el pasado en su lugar, pasará a vivir
su nueva etapa con la satisfacción de ser una persona
que “ya descubrió” que los santos reyes no existen,
pero saboreará el recuerdo de la felicidad vivida, en la
época en que la ilusión lo cargó de energía y de ganas
de vivir.
Aquí se acomoda muy a modo una gran pregunta:
¿qué es lo real y qué es lo imaginario?
Algunos hemos tenido sueños, que mientras
estamos dormidos, los sentimos muy reales, demasiado
reales, al grado de que si son de susto, se nos altera
la respiración y si soñamos que corremos huyendo
de un gran peligro, se nos acelera el pulso y nos
agitamos, como si de verdad corriéramos por nuestra
vida, y así por el estilo con otros sueños; luego, cuando
despertamos de la cruel pesadilla, sentimos un gran
alivio al percatarnos de que aquello sólo fue un mal
sueño… sin embargo, mientras lo estábamos soñando,
nos parecía tan real, que si alguien nos hubiera dicho
que no corriéramos, que el peligro no era real, no le
hubiéramos creído; pues para nosotros era demasiado
real. Afortunadamente despertamos y vimos aliviados
que aquella “realidad” no era tan real como lo creímos
un minuto antes, sino sólo una ilusión que nos aterró,
pero para nuestro bien, ya despertamos a la realidad
“verdadera.”
Esto nos lleva a otra pregunta: ¿Y si cuando nos
morimos, lo único que pasa es que despertamos a otra
realidad? ¿Y qué tal si al despertar en la nueva vida,
sólo diremos: ¡uf!, qué bueno que lo que pasó era sólo
un sueño (bueno o malo, según lo haya vivido cada
quien), pero afortunadamente ya desperté del “sueño”,
a la “verdadera realidad”?
De ser así, ¿cuál sería la verdadera realidad?...
de ser así, ¿cuál sería el sentido de todos los afanes
que nos echamos a cuestas?... y lo que es peor: ¿cuál
sería el sentido de que alguien hubiera hecho tranzas
para lograr lo que anhelaba en la vida, o de que le
hubiera hecho mal a otro para robarle? Porque el daño
ocasionado al otro, le causó a este un sufrimiento real…
pero, ¿para obtener qué, si se vivió en un sueño?
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