domingo, junio 07, 2020

En Jalostotitlán:

Ticha murió sola con su avaricia

“Rescate cultural de leyendas” 
Las narrativas, descripciones, historias, relatos y/o leyendas que aquí se publican, son algunos productos de aprendizaje del curso-taller “Expresión Oral y Escrita” que imparte el Mtro. Pablo Huerta Gaytán a estudiantes del Centro Universitario de Los Altos, de la Universidad de Guadalajara. En algunos casos, en el texto se mezclan la imaginación, realidad y ficción para, a partir de la leyenda, llegar incluso al cuento. 


Por Nazareth Gutiérrez Álvarez
2º.semestre de Lic. en Contaduría Pública

 Jalostotitlán, un pueblo muy bonito, con gente de gran corazón, ubicado justo en el corazón de Los Altos de Jalisco, existió una mujer llamada Ticha, con un aspecto físico encantador, cabello largo y lacio, ojos color azúl, delgada, de piel blanca, y muy bien vestida; sin duda alguna, muy guapa la señorita. Sin embargo, había un gran defecto en ella, cuentan que era muy ambiciosa y que, cegada por la avaricia desmedida por el dinero, ya que había sido hija única, muy consentida y a la que sus padres habían heredado una gran fortuna. 
Ticha quedó huérfana cuando era muy joven, pero por miedo a que robaran su riqueza, no permitía que absolutamente nadie entrara a su casa, ya que era una vivienda amplia, con un jardín enorme, lleno de flores, con amplios cultivos de maíz; poseía impresionantes lujos y la casa se ubicaba en pleno centro del pueblo. 
Muy codiciada por lo varones, Ticha tenía pretendientes de toda clase social, pero su egoísmo y miedo la alejaron de todas las personas; tan grande era su avaricia que no soltaba ni un solo peso, ni siquiera para comer ella misma; decía que no iba a permitir que otras personas o vendedores gozaran del sacrificio que sus padres habían hecho, incluso hasta se molestaba demasiado con las personas que le decían que debía comer algo, porque podía enfermarse; pero eso a ella no le interesaba, al grado que prefería no comer, o si ingería algo, eran mazorcas viejas de su cultivo y para mitigar la sed tomaba agua que se acumulaba de la lluvia en un bote y a falta de eso, incluso dicen que se bebía los orines de su perro cada vez que éste los desechaba. 
Por su mala alimentación, pocos cuidados personales y los años acumulados, cuentan que Ticha comenzó a enfermar, pero nadie lo notaba porque nunca salía de su casa, estuvo largo tiempo delirando hasta que su organismo no resistió más y murió, sola, con su orgullo y gran ambición, de tal manera que su cuerpo quedó postrado en su cama, hasta que sus huesos se secaron. 
Nadie volvió a saber de ella, sin embargo, nunca se animaron a entrar en la casa para saber lo que había sucedido. 
Pasaron muchos años, y en el pueblo para las fechas de Cuaresma se realizaban las actividades religiosas. El viernes santo, durante el Vía Crucis, entre la multitud caminaban dos muchachos detrás de una señora que cargaba un costal aparentemente muy pesado, ella se veía de larga edad, descuidada, sus prendas describían a una persona de muy bajos recursos y daba señales de que ya no podía más con la carga del costal que llevaba en sus hombros; transcurrieron unos minutos para que los jóvenes se animaran a ofrecer su ayuda, pero la viejecilla sólo les contestó: “Más tarde muchachos, yo les aviso”. 
Y así fue, los jóvenes continuaban al pendiente de cuando la anciana los necesitara y después de recorrer gran parte del camino, ella accedió y les entregó el costal y les pidió que si por favor podrían llevarlo y entregarlo al sacerdote del pueblo, pero les advirtió que no fueran a abrir el costal; ellos asintieron y comenzaron a cargarlo, mientras más caminaban, se daban cuenta que la anciana se quedaba más y más atrás. 
Los jóvenes se preguntaban cómo una persona tan mayor había podido con tanto peso sobre ella, pero estos seguían avanzando, ya sin fuerzas, exhaustos, sedientos y con la intriga del contenido en el costal, terminaron por fin la procesión y se dirigieron hacia la iglesia para entregarlo al Señor Cura tal y como la anciana se los había pedido. 
El Señor Cura al abrir el costal se encontró con que dentro había todos, absolutamente todos los huesos de una persona y un papel en el que estaba escrito un mensaje que decía: “Entiérrenme en tierra santa, porque aún no puedo descansar en paz ¿Usted cree?” y firmaba la Señorita Ticha. 
El sacerdote con los pelos de punta, les preguntó a los jóvenes todo lo que había sucedido y después de ellos contarle lo que había pasado, juntos fueron y enterraron sus restos. 
Así, de esta manera, tuvieron el valor de entrar a la vivienda y encontraron en ella, dentro del cuarto, sobre la cama, marcas que reflejaban que el cuerpo había estado presente allí muchos años, y al lado de ella, el cadáver de un perro, que estuvo a su lado hasta el final; y claro, también encontraron una gran riqueza que ahora Ticha les había regalado.

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