Ticha murió sola con su avaricia
“Rescate cultural de leyendas”
Las narrativas, descripciones, historias, relatos y/o leyendas que aquí se publican,
son algunos productos de aprendizaje del curso-taller “Expresión Oral y Escrita” que
imparte el Mtro. Pablo Huerta Gaytán a estudiantes del Centro Universitario de Los
Altos, de la Universidad de Guadalajara. En algunos casos, en el texto se mezclan la
imaginación, realidad y ficción para, a partir de la leyenda, llegar incluso al cuento.
Por Nazareth Gutiérrez Álvarez
2º.semestre de Lic. en Contaduría Pública
Jalostotitlán, un pueblo muy bonito, con gente de gran corazón,
ubicado justo en el corazón de Los Altos de Jalisco, existió una
mujer llamada Ticha, con un aspecto físico encantador, cabello
largo y lacio, ojos color azúl, delgada, de piel blanca, y muy bien
vestida; sin duda alguna, muy guapa la señorita. Sin embargo,
había un gran defecto en ella, cuentan que era muy ambiciosa
y que, cegada por la avaricia desmedida por el dinero, ya que
había sido hija única, muy consentida y a la que sus padres
habían heredado una gran fortuna.
Ticha quedó huérfana cuando era muy joven, pero por miedo
a que robaran su riqueza, no permitía que absolutamente nadie
entrara a su casa, ya que era una vivienda amplia, con un jardín
enorme, lleno de flores, con amplios cultivos de maíz; poseía
impresionantes lujos y la casa se ubicaba en pleno centro del
pueblo.
Muy codiciada por lo varones, Ticha tenía pretendientes de
toda clase social, pero su egoísmo y miedo la alejaron de todas
las personas; tan grande era su avaricia que no soltaba ni un solo
peso, ni siquiera para comer ella misma; decía que no iba a permitir
que otras personas o vendedores gozaran del sacrificio que sus
padres habían hecho, incluso hasta se molestaba demasiado
con las personas que le decían que debía comer algo, porque
podía enfermarse; pero eso a ella no le interesaba, al grado que
prefería no comer, o si ingería algo, eran mazorcas viejas de su
cultivo y para mitigar la sed tomaba agua que se acumulaba de la
lluvia en un bote y a falta de eso, incluso dicen que se bebía los
orines de su perro cada vez que éste los desechaba.
Por su mala alimentación, pocos cuidados personales y los
años acumulados, cuentan que Ticha comenzó a enfermar, pero
nadie lo notaba porque nunca salía de su casa, estuvo largo
tiempo delirando hasta que su organismo no resistió más y murió,
sola, con su orgullo y gran ambición, de tal manera que su cuerpo
quedó postrado en su cama, hasta que sus huesos se secaron.
Nadie volvió a saber de ella, sin embargo, nunca se animaron
a entrar en la casa para saber lo que había sucedido.
Pasaron muchos años, y en el pueblo para las fechas de
Cuaresma se realizaban las actividades religiosas. El viernes
santo, durante el Vía Crucis, entre la multitud caminaban
dos muchachos detrás de una señora que cargaba un costal
aparentemente muy pesado, ella se veía de larga edad,
descuidada, sus prendas describían a una persona de muy bajos
recursos y daba señales de que ya no podía más con la carga del
costal que llevaba en sus hombros; transcurrieron unos minutos
para que los jóvenes se animaran a ofrecer su ayuda, pero la
viejecilla sólo les contestó: “Más tarde muchachos, yo les aviso”.
Y así fue, los jóvenes continuaban al pendiente de cuando
la anciana los necesitara y después de recorrer gran parte del
camino, ella accedió y les entregó el costal y les pidió que si
por favor podrían llevarlo y entregarlo al sacerdote del pueblo,
pero les advirtió que no fueran a abrir el costal; ellos asintieron
y comenzaron a cargarlo, mientras más caminaban, se daban
cuenta que la anciana se quedaba más y más atrás.
Los jóvenes se preguntaban cómo una persona tan mayor
había podido con tanto peso sobre ella, pero estos seguían
avanzando, ya sin fuerzas, exhaustos, sedientos y con la intriga
del contenido en el costal, terminaron por fin la procesión y se
dirigieron hacia la iglesia para entregarlo al Señor Cura tal y
como la anciana se los había pedido.
El Señor Cura al abrir el costal se encontró con que dentro
había todos, absolutamente todos los huesos de una persona
y un papel en el que estaba escrito un mensaje que decía:
“Entiérrenme en tierra santa, porque aún no puedo descansar en
paz ¿Usted cree?” y firmaba la Señorita Ticha.
El sacerdote con los pelos de punta, les preguntó a los
jóvenes todo lo que había sucedido y después de ellos contarle
lo que había pasado, juntos fueron y enterraron sus restos.
Así, de esta manera, tuvieron el valor de entrar a la vivienda
y encontraron en ella, dentro del cuarto, sobre la cama, marcas
que reflejaban que el cuerpo había estado presente allí muchos
años, y al lado de ella, el cadáver de un perro, que estuvo a su
lado hasta el final; y claro, también encontraron una gran riqueza
que ahora Ticha les había regalado.
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