El “demonio” de don Felipe
Por Ruth Guadalupe Rizo Rizo
2º.semestre de Lic. en Contaduría Pública
Hace mucho tiempo, allá durante la época colonial, en la
antigua hacienda del Rancho Sauz de Cajigal, comunidad
perteneciente a Arandas, Jalisco, ubicada a 20 kilómetros
de la cabecera municipal, sobre la carretera Arandas-
Jalpa, alrededor del siglo XIX vivía un señor llamado Felipe
Hernández, quien era un hacendado de los más ricos en
aquel tiempo, hombre pudiente y con orgullo. Se casó con
una mujer noble de El Sauz con la que tuvo tres hijos.
Don Felipe tenía mala fama en la comunidad, por sus
numerosas mujeres e hijos regados, por los ranchitos
vecinos. Era perverso y de carácter fuerte, hasta su propia
familia en ciertos momentos, le llegaban a temer.
Cuenta la historia que una mañana de agosto de 1830,
después de su acostumbrado desayuno con su familia, Don
Felipe mandó a sus mayordomos que le ensillaran su caballo
preferido, el “negro” de raza pura, bueno para galopar. Su
intención era visitar a su otra mujer que vivía en “La Vaquera”,
rancho vecino del suyo.
Para poder llegar a ese rancho sin ser visto por la
gente, tenía que cabalgar rumbo a “Las Lagunas”, un lugar
misterioso, donde las personas juraban que se aparecían
fantasmas y se escuchaban por las noches gritos y llantos,
provenientes del más allá; por eso su mayordomo de
confianza, que estaba enterado de las “chuecuras” de don
Felipe, le advirtió la existencia de un poder maligno en esos
terrenos. Dudoso, pero confiado en sí mismo, don Felipe le tomaba
poca importancia a esos comentarios.
Decidido pues,
tomó las riendas de su caballo negro y se fue galopando
al encuentro de aquella mujer. Pero de todos modos, esas
historias de la gente, jugaban con su pensamiento y en su
interior comentaba que eran puros chismes de los lugareños
para no querer ir a trabajar fuera de sus casas.
Siguió cabalgando, pero al querer pasar el río que
conducía a Las Lagunas, comenzó a sentirse observado
y percibió un fuerte olor a azufre (olor del demonio) el
aire hacía estremecer los árboles; de repente, el caballo
sintiendo cosas anormales se puso muy inquieto, levantaba
las patas delanteras como queriendo tirar al jinete; y a lo
lejos, se escuchó una risa macabra que se extendía por todo
el potrero.
Don Felipe recordando todos los rumores de la gente
se puso alerta pero continuaba su camino, sin embargo,
lo enredaba una sensación de maldad que, prácticamente
estremecía todo su cuerpo y el caballo negro corrió sin
rumbo alguno hasta llegar a donde se unen las dos lagunas.
Ningún pájaro cantaba, inmerso en un silencio tenebroso
y lleno de miedo, bajó de su caballo, volteando hacia todos
lados para averiguar lo que pasaba. Desesperado, volvió a
montar su caballo, con el firme propósito de salir lo antes
posible de aquel lugar, pero de pronto, volvió a escuchar
murmullos y risas que traía el viento, todo indicaba que el
mismito diablo estaba allí.
Un remolino que giraba a su alrededor, lo agarró junto con
su caballo, haciéndolos volar por los aires, el corcel parado
sobre sus patas traseras y relinchando horriblemente,
tronó las riendas y tiró a Don Felipe por los suelos, pero la
corriente de aire maldita, acompañada de risas infernales, lo
levantó lanzándolo por las copas de los árboles. En lo alto
Don Felipe estaba aterrado y sin poder ver nada, ni a dónde
lo llevaba ese terrible viento.
Entonces el hacendado comenzó a rezar y buscar
protección divina para librarse de ese infernal poder. Se
encomendó a San José, prometiéndole la construcción de
una capillita en su honor si salía librado de aquel tornado
del demonio. Elevó al cielo sus suplicas y arrepintiéndose
de sus malos actos, San José atendió sus ruegos y el viento
poco a poco iba disminuyendo, cayó rodando por la ladera.
Don Felipe Hernández cumplió su promesa, construyendo
la capilla en honor a San José justo donde lo soltó el diablo y
a unos cuantos metros de la capillita, mandó labrar sobre la
piedra del peñasco un asiento al que iba cada tarde a rezar
en agradecimiento del milagro.
Y desde entonces cada 19 de marzo se celebran misas
honrando a San José.
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