domingo, julio 05, 2020

En Sauz de Cajigal, Arandas:

El “demonio” de don Felipe

Por Ruth Guadalupe Rizo Rizo
2º.semestre de Lic. en Contaduría Pública

Hace mucho tiempo, allá durante la época colonial, en la antigua hacienda del Rancho Sauz de Cajigal, comunidad perteneciente a Arandas, Jalisco, ubicada a 20 kilómetros de la cabecera municipal, sobre la carretera Arandas- Jalpa, alrededor del siglo XIX vivía un señor llamado Felipe Hernández, quien era un hacendado de los más ricos en aquel tiempo, hombre pudiente y con orgullo. Se casó con una mujer noble de El Sauz con la que tuvo tres hijos. 
Don Felipe tenía mala fama en la comunidad, por sus numerosas mujeres e hijos regados, por los ranchitos vecinos. Era perverso y de carácter fuerte, hasta su propia familia en ciertos momentos, le llegaban a temer. 
Cuenta la historia que una mañana de agosto de 1830, después de su acostumbrado desayuno con su familia, Don Felipe mandó a sus mayordomos que le ensillaran su caballo preferido, el “negro” de raza pura, bueno para galopar. Su intención era visitar a su otra mujer que vivía en “La Vaquera”, rancho vecino del suyo. 
Para poder llegar a ese rancho sin ser visto por la gente, tenía que cabalgar rumbo a “Las Lagunas”, un lugar misterioso, donde las personas juraban que se aparecían fantasmas y se escuchaban por las noches gritos y llantos, provenientes del más allá; por eso su mayordomo de confianza, que estaba enterado de las “chuecuras” de don Felipe, le advirtió la existencia de un poder maligno en esos terrenos. Dudoso, pero confiado en sí mismo, don Felipe le tomaba poca importancia a esos comentarios. 
Decidido pues, tomó las riendas de su caballo negro y se fue galopando al encuentro de aquella mujer. Pero de todos modos, esas historias de la gente, jugaban con su pensamiento y en su interior comentaba que eran puros chismes de los lugareños para no querer ir a trabajar fuera de sus casas. Siguió cabalgando, pero al querer pasar el río que conducía a Las Lagunas, comenzó a sentirse observado y percibió un fuerte olor a azufre (olor del demonio) el aire hacía estremecer los árboles; de repente, el caballo sintiendo cosas anormales se puso muy inquieto, levantaba las patas delanteras como queriendo tirar al jinete; y a lo lejos, se escuchó una risa macabra que se extendía por todo el potrero. 
Don Felipe recordando todos los rumores de la gente se puso alerta pero continuaba su camino, sin embargo, lo enredaba una sensación de maldad que, prácticamente estremecía todo su cuerpo y el caballo negro corrió sin rumbo alguno hasta llegar a donde se unen las dos lagunas. 
Ningún pájaro cantaba, inmerso en un silencio tenebroso y lleno de miedo, bajó de su caballo, volteando hacia todos lados para averiguar lo que pasaba. Desesperado, volvió a montar su caballo, con el firme propósito de salir lo antes posible de aquel lugar, pero de pronto, volvió a escuchar murmullos y risas que traía el viento, todo indicaba que el mismito diablo estaba allí. 
Un remolino que giraba a su alrededor, lo agarró junto con su caballo, haciéndolos volar por los aires, el corcel parado sobre sus patas traseras y relinchando horriblemente, tronó las riendas y tiró a Don Felipe por los suelos, pero la corriente de aire maldita, acompañada de risas infernales, lo levantó lanzándolo por las copas de los árboles. En lo alto Don Felipe estaba aterrado y sin poder ver nada, ni a dónde lo llevaba ese terrible viento. 
Entonces el hacendado comenzó a rezar y buscar protección divina para librarse de ese infernal poder. Se encomendó a San José, prometiéndole la construcción de una capillita en su honor si salía librado de aquel tornado del demonio. Elevó al cielo sus suplicas y arrepintiéndose de sus malos actos, San José atendió sus ruegos y el viento poco a poco iba disminuyendo, cayó rodando por la ladera. 
Don Felipe Hernández cumplió su promesa, construyendo la capilla en honor a San José justo donde lo soltó el diablo y a unos cuantos metros de la capillita, mandó labrar sobre la piedra del peñasco un asiento al que iba cada tarde a rezar en agradecimiento del milagro. 
Y desde entonces cada 19 de marzo se celebran misas honrando a San José.

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