domingo, julio 05, 2020

En Valle de Guadalupe:

El jinete sin cabeza

“Rescate cultural de leyendas”
Las narrativas, descripciones, historias, relatos y/o leyendas que aquí se publican, son algunos productos de aprendizaje del curso-taller “Expresión Oral y Escrita” que imparte el Mtro. Pablo Huerta Gaytán a estudiantes del Centro Universitario de Los Altos, de la Universidad de Guadalajara. En algunos casos, en el texto se mezclan la imaginación, realidad y ficción para, a partir de la leyenda, llegar incluso al cuento. 

Por Juan Enrique López Franco
2º.semestre de Lic. en Contaduría Pública

 Se dice que cerca de la década de 1950, los habitantes de Valle de Guadalupe, principalmente los adultos, contaban a sus hijos sobre un hombre al cual nunca se le veía la cabeza, vestido de soldado, con una capa negra y espuelas de plata, las cuales en las noches de luna llena, brillaban con mucha intensidad, este personaje se aparecía proveniente del lado de Tepatitlán de Morelos y cruzaba la calle real (hoy calle Reforma) con destino a Jalostotitlán, dicha historia era utilizada para que los jóvenes de esa época no fuesen a llegar a casa en altas horas de la noche, esto fue causa de burla para los jóvenes quienes no creían esa historia. 
En este pueblo se acostumbraba que los jóvenes iban a platicar con sus novias en horas inadecuadas de la noche y principalmente rumbo a las rancherías situadas a las orillas del pueblo. 
Uno de tántos días venían, provenientes del rancho Tepozanes, cerca de la una de la mañana con rumbo a su casa, ubicada en el centro del pueblo (a un costado del mesón), los hermanos Antonio y Francisco “Quico” Franco Álvarez, quienes esa noche habían salido de su casa sin previo permiso y consentimiento de sus padres para ir a ver a sus amadas novias. 
Estos jóvenes siempre se acompañaban porque en aquella época se tenía el temor a algunos animales salvajes que rondaban por esos lugares; al ir llegando al pueblo se sentaron en la plaza municipal para conversar y recordar las historias que a ellos les causaban motivo de burla, después de un largo descanso y prolongado rato, retomaron el camino a su hogar que, estaba sumamente cerca de donde se encontraban. 
Ellos acostumbraban dejar la puerta entreabierta al salir, para que así, al regresar a su casa, sus padres no se dieran cuenta de que se habían escabullido sin permiso; al llegar se encontraron con una gran sorpresa e inconveniente, porque su padre los había visto salir de casa y por lo tanto, decidió cerrar la puerta para que éstos no pudiesen entrar como era su costumbre. 
Preocupados y con temor por el castigo de sus padres comenzaron a buscar alternativas para ingresar a su hogar, sin embargo, por más intentos que hacían se percataron de que era imposible entrar debido a las altas bardas y portones con los que contaba la finca, el tiempo transcurría y cerca de las dos de la mañana, el frio comenzaba a calar fuertemente y, una leve ventisca cubierta de neblina, envolvía la calle poco a poco. 
Los jóvenes, sentados a la orilla de la banqueta de su casa, comenzaron a escuchar el galope de un caballo proveniente del lado de Tepatitlán, cosa que no era muy usual a esa hora, ese ruido fue cada vez más fuerte debido a que se acercaba a ellos; de pronto observaron dos pequeñas luces que reflejaban el brillo de la luna, comenzaron a entrar en pánico y se preguntaban ¿Quién o qué podría ocasionar ese ruido?. 
Para su sorpresa, se percataron que dicho ruido y brillo, provenían de un sujeto montado a caballo, el cual era idéntico a la versión que se tenía sobre el llamado “jinete sin cabeza”, entonces los jóvenes comenzaron a golpear fuertemente la puerta de su hogar y, al ver que nadie acudía a su llamado, decidieron esconderse detrás de un árbol frondoso que estaba a las afueras de la casa. 
Temblando de miedo los jóvenes pudieron observar con claridad al sujeto; aseguran que no poseía una cabeza como tal, que llevaba una larga capa negra y un hermoso caballo negro de los cuales no se tenía conocimiento que habitaran en la región, después de un fuerte relincho, el jinete retomó su camino hacia Jalostotitlán, perdiéndose entre la neblina que cubría totalmente el lugar. 
Don “Quico” Franco, quien al momento de platicar con él, estaba cerca de cumplir los 98 años de edad, cuenta que a partir de ese día, ninguno de los dos hermanos volvió a salir de su casa a deshoras de la noche, sin previo consentimiento de sus padres.

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