El jinete sin cabeza
“Rescate cultural de leyendas”
Las narrativas, descripciones, historias, relatos y/o leyendas que aquí se publican,
son algunos productos de aprendizaje del curso-taller “Expresión Oral y Escrita” que
imparte el Mtro. Pablo Huerta Gaytán a estudiantes del Centro Universitario de Los
Altos, de la Universidad de Guadalajara. En algunos casos, en el texto se mezclan la
imaginación, realidad y ficción para, a partir de la leyenda, llegar incluso al cuento.
Por Juan Enrique López Franco
2º.semestre de Lic. en Contaduría Pública
Se dice que cerca de la década de 1950, los habitantes
de Valle de Guadalupe, principalmente los adultos, contaban
a sus hijos sobre un hombre al cual nunca se le veía la
cabeza, vestido de soldado, con una capa negra y espuelas
de plata, las cuales en las noches de luna llena, brillaban con
mucha intensidad, este personaje se aparecía proveniente
del lado de Tepatitlán de Morelos y cruzaba la calle real (hoy
calle Reforma) con destino a Jalostotitlán, dicha historia era
utilizada para que los jóvenes de esa época no fuesen a llegar
a casa en altas horas de la noche, esto fue causa de burla
para los jóvenes quienes no creían esa historia.
En este pueblo se acostumbraba que los jóvenes iban a
platicar con sus novias en horas inadecuadas de la noche y
principalmente rumbo a las rancherías situadas a las orillas
del pueblo.
Uno de tántos días venían, provenientes del rancho
Tepozanes, cerca de la una de la mañana con rumbo a su
casa, ubicada en el centro del pueblo (a un costado del
mesón), los hermanos Antonio y Francisco “Quico” Franco
Álvarez, quienes esa noche habían salido de su casa sin
previo permiso y consentimiento de sus padres para ir a ver a
sus amadas novias.
Estos jóvenes siempre se acompañaban porque en
aquella época se tenía el temor a algunos animales salvajes
que rondaban por esos lugares; al ir llegando al pueblo se
sentaron en la plaza municipal para conversar y recordar las
historias que a ellos les causaban motivo de burla, después
de un largo descanso y prolongado rato, retomaron el camino
a su hogar que, estaba sumamente cerca de donde se
encontraban.
Ellos acostumbraban dejar la puerta entreabierta al salir,
para que así, al regresar a su casa, sus padres no se dieran
cuenta de que se habían escabullido sin permiso; al llegar se
encontraron con una gran sorpresa e inconveniente, porque
su padre los había visto salir de casa y por lo tanto, decidió
cerrar la puerta para que éstos no pudiesen entrar como era
su costumbre.
Preocupados y con temor por el castigo de sus padres
comenzaron a buscar alternativas para ingresar a su hogar,
sin embargo, por más intentos que hacían se percataron de
que era imposible entrar debido a las altas bardas y portones
con los que contaba la finca, el tiempo transcurría y cerca de
las dos de la mañana, el frio comenzaba a calar fuertemente
y, una leve ventisca cubierta de neblina, envolvía la calle poco
a poco.
Los jóvenes, sentados a la orilla de la banqueta de su casa,
comenzaron a escuchar el galope de un caballo proveniente
del lado de Tepatitlán, cosa que no era muy usual a esa hora,
ese ruido fue cada vez más fuerte debido a que se acercaba
a ellos; de pronto observaron dos pequeñas luces que
reflejaban el brillo de la luna, comenzaron a entrar en pánico
y se preguntaban ¿Quién o qué podría ocasionar ese ruido?.
Para su sorpresa, se percataron que dicho ruido y brillo,
provenían de un sujeto montado a caballo, el cual era idéntico
a la versión que se tenía sobre el llamado “jinete sin cabeza”,
entonces los jóvenes comenzaron a golpear fuertemente la
puerta de su hogar y, al ver que nadie acudía a su llamado,
decidieron esconderse detrás de un árbol frondoso que estaba
a las afueras de la casa.
Temblando de miedo los jóvenes pudieron observar con
claridad al sujeto; aseguran que no poseía una cabeza como
tal, que llevaba una larga capa negra y un hermoso caballo
negro de los cuales no se tenía conocimiento que habitaran
en la región, después de un fuerte relincho, el jinete retomó su
camino hacia Jalostotitlán, perdiéndose entre la neblina que
cubría totalmente el lugar.
Don “Quico” Franco, quien al momento de platicar con él,
estaba cerca de cumplir los 98 años de edad, cuenta que a
partir de ese día, ninguno de los dos hermanos volvió a salir
de su casa a deshoras de la noche, sin previo consentimiento
de sus padres.
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