Por Cesar Sánchez Tudon
Dedicada al “versionero” de Quintero Sr. Aron Torres
Q.P.D.
El pueblo mexicano, tiene dos aficiones, el amor a la muerte
y el amor a las flores; Carlos Pellicer, en su poema retrata las
dos grandes costumbres de nuestro pueblo: los muertos y las
flores.
Por eso el día dos de noviembre, México entero se vuelca a
la conmemoración del día de los muertos. Los panteones lucen
limpios y esperan la llegada de cientos de personas que van a
“visitar” a sus difuntos.
Barren tumbas, las asean, le llevan coronas o ramos
de flores, algunos llevan música con tríos o mariachis y un
movimiento inusitado se ve ese día en los cementerios.
A las puerta de los camposantos se apostan los vendedores
de flores los que “hacen su agosto” mercando los ramos de
cempasúchil y garra de león.
Los vendedores ambulantes, ofrecen mandarinas y jícamas,
fruta propia de la temporada, sin faltar las clásicas calaveritas
de azúcar con nombres grabados en la frente.
En los pueblos de la Huasteca, la tradición continúa y la
celebración es más entusiasta, aquí, grupo de danzantes
vestidos de muerte van por las calles bailando al compás del
violín y del tresillo.
Otro participante, lanza cohetes que truenan en los altos y
en las casas se montan altares dedicados a los difuntos que se
adornan con alimentos, fotos y cosas que al o a los muertitos
les gustaba en vida, y al que llega de visita le ofrecen tamales
de frijol (ese día no se permite comer carne) y atole de maíz de
teja. Hacen mole y no falta el cacao, con el elaboran chocolate
que es según tradición la bebida preferida por las animas.
Los niños se encargan de desojar el cempasúchil con el que
harán un caminito con los pétalos desde el zaguán hasta la casa
para que el difunto sepa llegar.
La población entera huele a copal pues desde el 1º de
noviembre se colocan las ofrendas para los adultos la que se
sahumaría constantemente.
En todas las casas rezan y el día dos, todos al panteón
donde los hombres se han adelantado para limpiar las tumbas.
Hay pueblos donde velan a sus muertitos toda la noche y
el panteón se ilumina con cientos de velas. Esta tradición es
ancestral, los Nahuas ya la celebraban, Ilhuicatl era el cielo y
ahí irían los difuntos buenos, los malo irían al Mictlan, o se al
infierno.
La canción de Rodolfo Mendiola se escucha por todos lados
“A donde irán”, “A donde irán las almas/, las almas que han
sufrido/, las almas, las almas que han tenido/ por infierno este
mundo/… solo el amor sincero/ si tiene a donde ir/, se va con
Dios al cielo/, donde nunca podrá morir”.
En las ciudades y pueblos más grandes se acostumbra hacer
versos de personajes importantes, sobre todo de los políticos,
y es cuando se aprovecha para decirles lo que en situaciones
“normales” no se les dice.
Las famosas “calaveras” que son publicadas y acompañadas
de la caricatura del “Calavereado” con lo que ilustran mejor
los versos. Como estas dedicadas a Andrés Manuel nuestro
Presidente; “La Cuarta Transformación”. Del Presidente
“Lopitos” no llego a su conclusión porque eran puros viejitos… al
enterarse la muerte/ del Peje y su gabinete/ se fue pa la capital/,
para darse un gran banquete. Andrés Manuel y sus viejos/ se
escondieron en Palacio/, pero la muerte llegó/ y a todos les echo
un laso… la muerte llamó a Ebrard/ y le dijo: tú te quedas/ para
que sigas barriendo/ de arriba las escaleras”.
O como las calaveras compuestas a Don Joaquín Hernández
Galicia “La Quina”; “La parca vino a Madero/ buscando a
Hernández Galicia/, y en el gremio petrolero/ le dieron mala
noticia/ que una mañana de enero/ en su casa de San Luis/
llegaron los del gobierno/ a llevarse a Don Joaquín/, con razón,
dijo la muerte/, ya no hay obra sociales/ donde antes se daba
fruta/, hoy se dan los zacatales”.
Nadie se salva del “Calavereado” el día de muertos. Parte
verdad y parte chascarrillo, las calaveras abonan o condenan
las acciones de servidores públicos.
Ni el Gober Cabeza de Vaca la libró, y aquí también su
calavera; “Un accidente ha pasado/, en el palacio mayor,/ el
Gober se ha desplomado en el viejo elevador/, nadie lo podía
creer/ que el Gober muriera así/, menos hoy que ya tenía/ por
delante un porvenir/, a la muere le dio risa/ cuando el Gober le
confió/ que en verdad ya estaba harto/ de ser el Gobernador”.
Doña Alma Laura Amparan Presidenta Municipal de Altamira
también le llego su calavera: “La muerte está muy sentida/
porque Alma no la invitó/ a la feria de Altamira/, donde fue el
Gobernador/, Alma lo supo enseguida/ para luego comentar/ a
que muerte tan sentida/ no se vaya a disgustar/. En uno de los
stands/ se agazapó la calaca/, espero a Alma pasar/ y la jaló de
las patas”.
Humor y dosis fuertes de comentarios, son las tradicionales
calaveras de día de muertos, que hacen sonreír maliciosamente
a quien las lee, y ponen de mal humos, a veces, a los que se
las dedican.
Pero como dijo el de Güemes: “Si se llevan, pos aguante
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