sábado, agosto 08, 2020

UNAS ANECDOTILLAS

Por Gonzalo “Chalo” de la Torre Hernández
chalo2008jalos@hotmail.com

En estos tiempos modernos en que abundan las motocicletas de todos tipos, tamaños, presupuestos, modelos, también tienen una gran variedad de ruidos y sonidos; hay unas super ruidosas y otras con silenciador (ésas me agradan más), ya que son muy útiles en la actualidad y benéficas para la ecología, pues consumen menos combustibles que otros automotores. 
En fin que la variedad de tipos también tiene una diversidad de usos; los hay para ciudad, caminos, campo traviesa, deportes extremos y el límite es la imaginación. La tecnología avanza inexorablemente y cuando veo que encienden una moto con solo apretar un botón que acciona la marcha, necesariamente mi pobre cerebrito evoca tiempos de antaño, cuando yo era mucho más joven de lo que soy ahora y poseía una moto más vieja que su servidor. Era una de ésas de la marca Carabela, muy ligeras y de ruedas más bien delgadas y su estructura hacía que pareciera más un zancudo que una moto. 
Para el arranque, a todas las motos había necesidad de darle el impulso inicial con el pié, dando con fuerza un empujón hacia abajo a una palanca llamada cran. Creo que así se escribe, no tengo la certeza. Eran tan comunes las fallas de encendido que estaba uno a zas y zas y nada que prendía; hasta le cambiaba uno de pié y nada, hasta que Dios se apiadaba y por su intervención por fin prendía la dichosa moto. Tiempos memorables y melancólicos. 
A propósito de esa palanca llamada cran, les platicaré que en ese entonces, la mayoría de los vehículos, salvo honrosas y caras excepciones, no tenían ese artefacto llamado marcha, en que al ser alimentado con energía eléctrica, echa a andar todo lo que tenga que andar en el motor, por lo que al frente y por debajo del radiador tenían un dispositivo en que al introducir una manivela y hacerla girar a pura fuerza de brazo, los engranajes se ponían en movimiento y ya por impulso propio, el motor seguía funcionando. 
Se cuenta que un personaje de este bendito pueblo en que habito, de quien omitiremos su nombre, se encontraba tratando de encender su camión de redilas, utilizado en labores rurales y mientras le daba cran, un amigo que pensaba comprar un camión, le preguntó si lo vendía y el precio correspondiente. Al responder en forma afirmativa a ambos asuntos, acordaron el precio y trataron la venta. El vendedor, todo comprensivo y buena onda, le dice al comprador; mira, mientras vas por el dinero, yo voy a ponerle gasolina pues trae muy poca y quiero entregártelo con tanque lleno. 
El comprador, con cara de enorme sorpresa y abriendo los ojos como si le fueran a poner gotas, exclamó: ¡cómo! Entonces no hay trato, yo pensé que le estaba dando cuerda. 
Cambiando de tema, le platicaré que cuando éste que escribe laboraba en el agua potable, parte de mis responsabilidades era el mantenimiento de los sistemas hidráulicos del palacio municipal. Una noche, más bien una madrugada, algo así como a las 2.48 de la mañana, al sonido de mi teléfono, despierto y al contestar me informan que me están llamando de la comandancia pues la motobomba que alimenta los tinacos del vital líquido, tiene varias horas de funcionamiento continuo y no se apaga y tampoco hay abasto de agua en las instalaciones. Cabe mencionar que ese aparato eléctrico tenía en no muy buen estado los baleros y producía un ruido de los mil trescientos once demonios por lo que no dejaba dormir a los presos y molestaba a todo mundo que estuviese despierto. Le dije al responsable de barandilla que enviase una patrulla por su servidor para llevar la herramienta y solucionar el inconveniente. 
Como sabía que la patrulla no tardaría, salí a esperar su llegada a la puerta de mi casa y encontrando sorpresivamente, justo a la puerta de mi vivienda un retén militar, solamente saludé con un “buenos días” claro y fuerte y recibí respuesta al saludo. No se me cuestionó para qué salía a esa hora, pero al llegar la patrulla y detenerse donde yo estaba, pregunté a los policías: ¿vienen por mí? Me respondieron afirmativamente y de inmediato y con aún mucha agilidad me encaramé a la parte posterior y me senté donde trasladan a los detenidos. Todos los integrantes del retén seguramente pensaron: ah caray, qué facilito se entregó este individuo. 
Ahora se cuenta de unos árabes de ésos que dicen harbano en lugar de hermano y que seguramente proceden de Harbania, que dos hombres y dos mujeres iban llegando a Niu York y uno de ellos se compró unas botas muy vistosas y muy caras. Al salir del establecimiento zapatero, le dice el otro árabe al mirar su calzado tan impresionante: qué bonitas butas traes. A lo que el aludido respondió: no harbano, no son butas, son mis harbanas. No le entendí. 
Dicen que el sordo no oye, pero bien que compone y el mejor ejemplo es el compositor alemán Ludwig Van Beethoven; durante años, en absolutamente todas las misas escuchaba yo tres nombres de personas y que además coincidían con el nombre de tres de mis compañeros y amigos en el seminario. 
Me preguntaba: ¿pues de qué privilegio gozan mis compañeros que los mencionan en cada una de las misas invariablemente?, ¿estarán bien palancas con el obispo o con algún santo? Los nombres de mis amigos son Justo, Inés y Cesáreo. Cuando comenté con el prefecto esa situación, por fin me aclaró que no son los nombres; se dice es justo y necesario. Cosas de la sordera, pues. 
Espero cuando menos, estimadísimo lector, que esboces aunque sea una sutil sonrisita con estas ocurrencias. Ya ves. Jalostotitlán, Jal. A 10 de Julio de 2020

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