Por Gonzalo “Chalo” de la Torre Hernández
chalo2008jalos@hotmail.com
En estos tiempos modernos en que abundan las
motocicletas de todos tipos, tamaños, presupuestos, modelos,
también tienen una gran variedad de ruidos y sonidos; hay
unas super ruidosas y otras con silenciador (ésas me agradan
más), ya que son muy útiles en la actualidad y benéficas para
la ecología, pues consumen menos combustibles que otros
automotores.
En fin que la variedad de tipos también tiene una
diversidad de usos; los hay para ciudad, caminos, campo
traviesa, deportes extremos y el límite es la imaginación.
La tecnología avanza inexorablemente y cuando veo que
encienden una moto con solo apretar un botón que acciona
la marcha, necesariamente mi pobre cerebrito evoca tiempos
de antaño, cuando yo era mucho más joven de lo que soy
ahora y poseía una moto más vieja que su servidor. Era una
de ésas de la marca Carabela, muy ligeras y de ruedas más
bien delgadas y su estructura hacía que pareciera más un
zancudo que una moto.
Para el arranque, a todas las motos había necesidad
de darle el impulso inicial con el pié, dando con fuerza un
empujón hacia abajo a una palanca llamada cran. Creo que
así se escribe, no tengo la certeza. Eran tan comunes las
fallas de encendido que estaba uno a zas y zas y nada que
prendía; hasta le cambiaba uno de pié y nada, hasta que Dios
se apiadaba y por su intervención por fin prendía la dichosa
moto. Tiempos memorables y melancólicos.
A propósito de esa palanca llamada cran, les platicaré
que en ese entonces, la mayoría de los vehículos, salvo
honrosas y caras excepciones, no tenían ese artefacto llamado
marcha, en que al ser alimentado con energía eléctrica, echa
a andar todo lo que tenga que andar en el motor, por lo que
al frente y por debajo del radiador tenían un dispositivo en
que al introducir una manivela y hacerla girar a pura fuerza
de brazo, los engranajes se ponían en movimiento y ya por
impulso propio, el motor seguía funcionando.
Se cuenta que un personaje de este bendito pueblo en
que habito, de quien omitiremos su nombre, se encontraba
tratando de encender su camión de redilas, utilizado en
labores rurales y mientras le daba cran, un amigo que pensaba
comprar un camión, le preguntó si lo vendía y el precio
correspondiente. Al responder en forma afirmativa a ambos
asuntos, acordaron el precio y trataron la venta. El vendedor,
todo comprensivo y buena onda, le dice al comprador; mira,
mientras vas por el dinero, yo voy a ponerle gasolina pues
trae muy poca y quiero entregártelo con tanque lleno.
El comprador, con cara de enorme sorpresa y abriendo
los ojos como si le fueran a poner gotas, exclamó: ¡cómo!
Entonces no hay trato, yo pensé que le estaba dando cuerda.
Cambiando de tema, le platicaré que cuando éste
que escribe laboraba en el agua potable, parte de mis
responsabilidades era el mantenimiento de los sistemas
hidráulicos del palacio municipal. Una noche, más bien una
madrugada, algo así como a las 2.48 de la mañana, al sonido
de mi teléfono, despierto y al contestar me informan que
me están llamando de la comandancia pues la motobomba
que alimenta los tinacos del vital líquido, tiene varias horas
de funcionamiento continuo y no se apaga y tampoco hay
abasto de agua en las instalaciones. Cabe mencionar que
ese aparato eléctrico tenía en no muy buen estado los baleros
y producía un ruido de los mil trescientos once demonios
por lo que no dejaba dormir a los presos y molestaba a todo
mundo que estuviese despierto. Le dije al responsable de
barandilla que enviase una patrulla por su servidor para llevar
la herramienta y solucionar el inconveniente.
Como sabía que la patrulla no tardaría, salí a esperar su
llegada a la puerta de mi casa y encontrando sorpresivamente,
justo a la puerta de mi vivienda un retén militar, solamente
saludé con un “buenos días” claro y fuerte y recibí respuesta al
saludo. No se me cuestionó para qué salía a esa hora, pero al
llegar la patrulla y detenerse donde yo estaba, pregunté a los
policías: ¿vienen por mí? Me respondieron afirmativamente
y de inmediato y con aún mucha agilidad me encaramé a la
parte posterior y me senté donde trasladan a los detenidos.
Todos los integrantes del retén seguramente pensaron: ah
caray, qué facilito se entregó este individuo.
Ahora se cuenta de unos árabes de ésos que dicen
harbano en lugar de hermano y que seguramente proceden
de Harbania, que dos hombres y dos mujeres iban llegando
a Niu York y uno de ellos se compró unas botas muy vistosas
y muy caras. Al salir del establecimiento zapatero, le dice el
otro árabe al mirar su calzado tan impresionante: qué bonitas
butas traes. A lo que el aludido respondió: no harbano, no son
butas, son mis harbanas. No le entendí.
Dicen que el sordo no oye, pero bien que compone
y el mejor ejemplo es el compositor alemán Ludwig Van
Beethoven; durante años, en absolutamente todas las misas
escuchaba yo tres nombres de personas y que además
coincidían con el nombre de tres de mis compañeros y
amigos en el seminario.
Me preguntaba: ¿pues de qué privilegio gozan mis
compañeros que los mencionan en cada una de las misas
invariablemente?, ¿estarán bien palancas con el obispo o
con algún santo? Los nombres de mis amigos son Justo, Inés
y Cesáreo. Cuando comenté con el prefecto esa situación,
por fin me aclaró que no son los nombres; se dice es justo y
necesario. Cosas de la sordera, pues.
Espero cuando menos, estimadísimo lector, que esboces
aunque sea una sutil sonrisita con estas ocurrencias. Ya ves.
Jalostotitlán, Jal. A 10 de Julio de 2020
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