Reloj de la muerte en
parroquia de Santa María
En 1832 afuera de la parroquia de
Santa María de Guadalupe, uno de
los grandes, orgullosos y maravillosos
lugares de Arandas había una kermés,
niños jugando al balero y lotería, adultos
platicando sobre su ganado, comadres
tejiendo y compartiendo chismes
y sobre todo la exquisita botana o
antojitos que se vendían. Todo esto para
la construcción de la torre faltante de
la parroquia, sin embargo, en ese año
o al que le siguió hubo una pandemia
de cólera que afectó a todo el país; tan
fuerte era que mataba sin piedad alguna
a cualquier persona, ancianos más viejos
que un cedro joven, niños inocentes con
el alma tan blanca como una paloma,
arrasaba con todos. Fue entonces que
el sacristán quien barría afuera del
atrio, cayó muerto por la enfermedad,
mientras un fúnebre reloj dio las tres y
sonaron las frías campanadas como en
invierno.
Los arandenses, tristes y serios
dieron su pésame, celebraron la misa y enterraron al pobre sacristán,
ocasionando un agujero abismal en sus
corazones. Así que todo el dinero que
consiguieron por la kermés lo dieron a
víctimas de tan horrenda enfermedad,
logrando que las almas en desgracia no
sufrieran más.
Pasaron los años, la gente crecía y
se divertía hasta que un día un grupo
de bandoleros cabalgaba por la calle
principal, empedrada, desierta, cuando
un jinete se cayó de su caballo y fue
corriendo hacia la parroquia, la gente lo
vio y no se le acercaba por temor a que
les disparara; era un hombre fuerte y
embarnecido, fácilmente podía derribar
a un becerro, su mirada podía penetrar y
atemorizar a cualquier persona; su barba
grande y frondosa parecía una fibra
rasposa y dolorosa. La gente observó
que entró a la parroquia, escucharon un
grito y sucedió algo lúgubre; el hombre
salió asustado, pálido y ensangrentado
de la iglesia mientras disparaba tres
lamentos al sonar las 6:00 del reloj.
Cuando levantaron el cuerpo pesaba
más que una carreta de piedras, lleno de
plomo estaba el fallecido y lo que aterró
al pueblo fue que nadie estaba dentro
de la parroquia.
En 1870
la población
de Arandas
celebraba el
matrimonio
de una pareja
joven; los
arandenses
chiflaban,
gritaban,
echaban
porras cuando
estos salieron
del atrio, el
novio subió a
su hermosa
prometida a la carreta en la que viajarían a su luna de miel y arrancaron de tal manera que levantaron mucho polvo. Sonó las ocho en punto y encontraron el carruaje lleno de sangre, el vestido antes blanco ahora carmesí de la novia y el caballo cabalgando como centinela, mientras que el esposo tirado en una esquina dio su último respiro al compás de la última campanada.
prometida a la carreta en la que viajarían a su luna de miel y arrancaron de tal manera que levantaron mucho polvo. Sonó las ocho en punto y encontraron el carruaje lleno de sangre, el vestido antes blanco ahora carmesí de la novia y el caballo cabalgando como centinela, mientras que el esposo tirado en una esquina dio su último respiro al compás de la última campanada.
En 1928 la gente ya le tuvo pavor al
reloj de la misma parroquia, porque en
ese año en el mes de febrero fusilaron
a dos personas en Arandas por la
sangrienta guerra Cristera, uno fue Luis
Magaña Servín, quien al finalizar su
oración a Dios, murió a las tres en punto
y las campanadas no faltaron para
retumbar sus ecos de muerte.
Pasaron lustros y años, hasta que en
una tormenta fuerte hizo caer un rayo
quemando así el reloj. El pueblo tuvo
que comprar otro, sintiéndose aliviados
por la desafortunada historia que dejó,
siendo cómplice de varios y atroces
sucesos.
¿Por qué sucedería esto?, no
hay respuesta certera, será porque
aún no está finalizada la parroquia o
será porque Dios quería demostrar
la ira que puede tener en cualquier
lugar y así difundir terror; son muchas
suposiciones y teorías, pero no deja de
ser incertidumbre lo que despierta en la
población.
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NOTA. Hay quienes ven a la leyenda
como resultado de hechos reales, a los que
se agregan interpretaciones de enseñanzas
válidas y hacen que la historia resulte
más interesante. Pueden existir muchas
versiones ligeramente diferentes de una
misma leyenda porque su transmisión desde
su origen ha sido oral.
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