sábado, octubre 09, 2021

En Arandas:

 Reloj de la muerte en 
parroquia de Santa María

Hace mucho, en una ocasión familiar, mi difunto tío me contó sobre una leyenda muy popular y relevante hoy día en mi ciudad, Arandas, Jalisco. 
En 1832 afuera de la parroquia de Santa María de Guadalupe, uno de los grandes, orgullosos y maravillosos lugares de Arandas había una kermés, niños jugando al balero y lotería, adultos platicando sobre su ganado, comadres tejiendo y compartiendo chismes y sobre todo la exquisita botana o antojitos que se vendían. Todo esto para la construcción de la torre faltante de la parroquia, sin embargo, en ese año o al que le siguió hubo una pandemia de cólera que afectó a todo el país; tan fuerte era que mataba sin piedad alguna a cualquier persona, ancianos más viejos que un cedro joven, niños inocentes con el alma tan blanca como una paloma, arrasaba con todos. Fue entonces que el sacristán quien barría afuera del atrio, cayó muerto por la enfermedad, mientras un fúnebre reloj dio las tres y sonaron las frías campanadas como en invierno. 
Los arandenses, tristes y serios dieron su pésame, celebraron la misa y enterraron al pobre sacristán, ocasionando un agujero abismal en sus corazones. Así que todo el dinero que consiguieron por la kermés lo dieron a víctimas de tan horrenda enfermedad, logrando que las almas en desgracia no sufrieran más. 
Pasaron los años, la gente crecía y se divertía hasta que un día un grupo de bandoleros cabalgaba por la calle principal, empedrada, desierta, cuando un jinete se cayó de su caballo y fue corriendo hacia la parroquia, la gente lo vio y no se le acercaba por temor a que les disparara; era un hombre fuerte y embarnecido, fácilmente podía derribar a un becerro, su mirada podía penetrar y atemorizar a cualquier persona; su barba grande y frondosa parecía una fibra rasposa y dolorosa. La gente observó que entró a la parroquia, escucharon un grito y sucedió algo lúgubre; el hombre salió asustado, pálido y ensangrentado de la iglesia mientras disparaba tres lamentos al sonar las 6:00 del reloj. Cuando levantaron el cuerpo pesaba más que una carreta de piedras, lleno de plomo estaba el fallecido y lo que aterró al pueblo fue que nadie estaba dentro de la parroquia. 
En 1870 la población de Arandas celebraba el matrimonio de una pareja joven; los arandenses chiflaban, gritaban, echaban porras cuando estos salieron del atrio, el novio subió a su hermosa 
prometida a la carreta en la que viajarían a su luna de miel y arrancaron de tal manera que levantaron mucho polvo. Sonó las ocho en punto y encontraron el carruaje lleno de sangre, el vestido antes blanco ahora carmesí de la novia y el caballo cabalgando como centinela, mientras que el esposo tirado en una esquina dio su último respiro al compás de la última campanada. 
En 1928 la gente ya le tuvo pavor al reloj de la misma parroquia, porque en ese año en el mes de febrero fusilaron a dos personas en Arandas por la sangrienta guerra Cristera, uno fue Luis Magaña Servín, quien al finalizar su oración a Dios, murió a las tres en punto y las campanadas no faltaron para retumbar sus ecos de muerte. 
Pasaron lustros y años, hasta que en una tormenta fuerte hizo caer un rayo quemando así el reloj. El pueblo tuvo que comprar otro, sintiéndose aliviados por la desafortunada historia que dejó, siendo cómplice de varios y atroces sucesos. 
¿Por qué sucedería esto?, no hay respuesta certera, será porque aún no está finalizada la parroquia o será porque Dios quería demostrar la ira que puede tener en cualquier lugar y así difundir terror; son muchas suposiciones y teorías, pero no deja de ser incertidumbre lo que despierta en la población. 
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NOTA. Hay quienes ven a la leyenda como resultado de hechos reales, a los que se agregan interpretaciones de enseñanzas válidas y hacen que la historia resulte más interesante. Pueden existir muchas versiones ligeramente diferentes de una misma leyenda porque su transmisión desde su origen ha sido oral. 

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