Por Gonzalo “ Chalo” de la Torre
Jalos. 15.30 Hs. Si el tiempo lo permite, se llevará a cabo una
corrida más en las tradicionalísimas fiestas de Carnaval. El sol, muy
generoso por cierto, esparce sus brillantes rayos sobre la plaza que
pronto estará a reventar pues el cartel promete ser uno de ésos que
pasan a la historia.
Falta aún una hora para la corrida y el coso “Fermín Espinoza –
Armillita” muestra ya la agitación previa, propia de una tarde de cartel
de lujo (pues son las mejores fiestas de la región, qué caray); algunos
aficionados a la fiesta brava van llegando, pues quieren el mejor lugar
ya que tienen boleto de sol o sombra general y hay que ganarle tiempo
al tiempo.
Los vendedores locales, discuten con el tesorero que quién va a
pagar la limpieza una vez terminada la fiesta del día, que si los que
vienen de afuera paguen más y que si la señora del aseo no cobra
muy caro y que si mejor lo hacemos nosotros; total, luego se ponen
de acuerdo y acomodan sus botellitas de agua, refrescos y ¡claro! las
cervezas para que se enfríen y estén como cachete de occiso a la
hora que el respetable demande que su boca sea refrescada, con una
de esas bebidas espirituosas de sabor entre amargo y dulzón, que
supongo son de dieta pues no contienen azúcar.
La plaza se va llenando de aficionados, villamelones, vendedores,
compradores, edecanes de falda corta y piernas largas, que ofrecen
degustación de un nuevo tequila de esta región alteña ( Arandas,
Tepatitlán o Jesús María),¡ de donde más podría ser por acá!.
Las
autoridades de plaza van tomando sus lugares correspondientes;
se siente el cosquilleo y el ansia para que comience ya la fiesta; el
respetable lanza silbidos al viento, demandando el comienzo inminente
del festejo, que para eso pagaron, faltaba más.
Las barreras y el burladero se ven poblados ya por la gente de
toros; ganaderos, apoderados, periodistas, médicos, locutores,
bomberos, etc. y uno que otro metiche que nada tiene que ver en la
fiesta, pero ahí está de curioso.
O sea, yo.
4.35 P:M: Por fin se abre la puerta de cuadrillas y aparece un
imponente caballo percherón, tirando una hermosa carreta que en sus
asientos pasea nada menos que a cuatro mujeres; cuatro reinas de
la belleza, originarias de esta tierra y la máxima expresión del gusto
de Dios por la creación: la mujer..
El público muestra con aplausos
su beneplácito ante tan bello espectáculo y por un momento se
olvida que vino a una corrida, pues la hermosura de estas damas
es impresionante, especialmente para quienes nos visitan de otros
estados.
Terminada esta exhibición, el paseíllo da comienzo y entran al
coso, precedidos por un charro de esta población, los matadores y sus
cuadrillas que se muestran entre gustosos, nerviosos, emocionados y
contagiados del ambiente y los vítores de los que saben de toros y de
los que no sabemos, pero igual aplaudimos.
Los matadores efectúan
un pequeño rito, parecido a una cábala; se persignan y justamente
en la línea del tercio, dibujan con un pie una cruz en la arena, como
solicitando que Dios se ponga de su parte y no de parte del toro. La
autoridad de la plaza otorga su venia para que los toros comiencen a
ser lidiados a muerte.
Este que escribe, se encuentra de colado en un burladero y siente
miedo, pero es mayor la curiosidad y en fin, ni modo que el cuerno
atraviese los gruesos maderos que lo protegen. Junto a la barrera
y frente a las puertas de toriles, el matador a la expectativa sujeta
firmemente con sus manos el capote color rosa mexicano que utilizará
para burlar a su enemigo.
De repente aparecen a toda velocidad, dos
cuernos y 450 kilos de toro detrás de ellos saltando y bufando, mirando
hacia el tendido, como buscando una salida o a alguien con quien desquitar algún coraje y finalmente llaman su atención los movimientos
de los capotes de los subalternos del matador y se concentra en quien
demuestra que se le enfrentará en una lucha a muerte.
Luego de algunos escarceos, entran los famosísimos,
respetadísimos y queridísimos picadores.
El respetable no tarda en
manifestarles su afecto a través de calurosos saludos a sus respetables
progenitoras, lo cual debe conmoverles en gran cuantía, pues se dan
gusto luego con el toro, encajando en el lomo del mismo, una pica que
si fuera jeringa, cualquier paciente se aliviaría sólo de verla. El público
en general, solicita en forma por demás amable al picador, que ya
deje de partirle la madre al bóvido salvaje, pues va a echar a perder la
faena y el matador también va a enviar saludos a ya suponen quién.
Al salir los picadores, se incrementa la venta de la cerveza, pues
muchos vasos desechables con restos de este líquido amarillento
(supongo que cerveza), va a dar contra la voluminosa humanidad de
estos representantes de tan noble gremio.
Y luego, los banderilleros, ágiles como ellos solos, le ponen unas
puyas para adornar aún más el lomo de tan fiero espécimen vacuno;
al fin el matador hará su faena.
Toma su muleta (creo que así se llama), agitándola para invitar
al animal a que lo embista y así poder darle unos derechazos,
manoletinas, chicuelinas y demás suertes, que, como magos, sacan
de su imaginación y deseo de supervivencia, para ganar la batalla.
Mientras tanto, se escuchan entre el público, un sinnúmero de
quienes supongo, son expertos en el arte de la tauromaquia, pues
se la pasan diciendo al torero, lo que debe hacer con su oponente;
que llámalo, que híncate frente a él, que no le saques, que no le
metas, que lídialo aún más y me viene a la memoria, que ah! Cuantos
entrenadores de fútbol hay en cada partido. Total, el torero va a
hacer de todos modos lo que a él se le ocurra y tratará de agradar
al monstruo de mil cabezas, solicitando a la Monumental Banda de
música, que toque las notas de la canción de Jalos, que es como un
Himno en esta población.
Finalmente solicita a la banda que le otorgue el silencio, pues
realizará la mayor y más riesgosa de las suertes; Armado con un
estoque que brilla de tan filoso y puntiagudo, tratará de matar a su
oponente, encajando hasta donde no se ve, el arma que enviará a la
carnicería de la esquina, a tan fiero ejemplar de los toros de lidia.
w Algunos toreros consiguen estocadas hasta la empuñadura y se
llevan los aplausos de los presentes (de los ausentes, no creo), pero
otros se la pasan pinche y pinche el de por sí ya maltrecho lomo y se
llevan su concierto de música de viento a seis mil voces, que consta de
solo cinco notas, fácilmente identificables y de autor desconocido, pero
que todo mundo conoce y que generosamente prodiga a quien no ha
dejado satisfecho a quien pagó, esperando ver una buena corrida.
Los jueces, están como los árbitros de futbol, que marquen lo que
marquen, les van a reclamar de todos modos. Si otorga una oreja, le
piden que otorgue dos. Si da las dos orejas quieren el rabo, si dan el
rabo, mejor no le sigo, porque luego dicen muchas groserías y que
qué juez tan tonto, tan generoso, mejor pongan otro, que de todos
modos vamos a repelar.
Termina la corrida. Es increíble como puede salir tanta gente tan
rápido de la plaza
que momentos antes estaba atiborrada. Algunos van contentos,
otros no satisfechos, otros ni vieron los toros por estar apapachando a
la novia y otros de plano ya salen briagos y hacen más zig-zag que un
toro recién estocado (si es que así se dice).
Pero los toros han terminado y hay que seguir la fiesta. Vámonos
a las terrazas y a los gallos. Pero como dijo la viejita del comercial:
Esa, ya es otra historia.
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