A los grandes hombres se les descubre ya tarde. Y
esto es, porque para descubrir a un hombre grande,
necesita uno tener grandeza personal, y esa no es
abundante en ninguna sociedad; es normal pues, que
a un hombre grande no se le reconozca a tiempo, y
menos en su propia sociedad. Por eso, de los hombres
grandes, siempre hablamos en pasado; invariablemente
decimos: fulano dijo o hizo; muy raramente diremos:
fulano dice.
Generalmente, cuando se sigue a alguien en vida,
es porque ese alguien reúne condiciones que sus
seguidores, secretamente anhelan tener y se siente
alentados cuando lo descubren, y aliviados porque se
dicen a sí mismos: “por fin alguien dice lo que yo quería
decir y no me atreví”, “qué bien, él hablará por mí, dirá
lo que durante tanto tiempo he querido decir, y yo no
correré riesgo alguno”. Pero en este caso, casi nunca
se trata de hombres grandes, sólo se trata de hombres
populares; y su popularidad dura lo que cualquier moda:
con el mismo entusiasmo que ahora se siguen, mañana
se desechan por la nueva moda en turno. Y es que,
para diferenciar a un hombre grande de uno popular,
debemos utilizar el filtro del tiempo: este pone a cada
quien en su lugar; porque nos ubica a cada uno de
nosotros en nuestra verdadera realidad, nos elimina
las pasiones de lo momentáneo y hace que las cosas
caigan por su propio peso.
Ésa es una característica de los hombres grandes:
no reconocerlos a tiempo. Las personas que crucificaron
a Jesús, nunca se dieron cuenta que estaban matando
a un hombre que iba a cambiar la historia; siempre creyeron que se estaban deshaciendo de un estorbo: de
uno más de los innumerables mesías o libertadores que
aparecen con frecuencia en toda sociedad que se siente
perdida y ansía con vehemencia a un líder o un pastor al
cual seguir. Primero, la sociedad esta descompuesta, y
luego aparecen los falsos líderes. ¿Cómo distinguir a un
líder verdadero de un impostor? Para ello es necesario
conocer la historia de la humanidad y de cada pueblo,
y ver las características que en su momento tuvieron
los falsos líderes y los verdaderos… quien desconoce la
historia, está condenado a caer en los mismos baches
que otros ya cayeron. Un falso líder siempre está
relacionado con las muchedumbres, con el populismo,
con los gritos, con las pasiones, con las decisiones que
hacen ruido, con los cambios radicales, con tumbar,
con destruir, con hacerlo todo de nuevo, con “ahora sí
hacerlo todo bien”: responde a los corajes del momento,
no a la decisión razonada y prudente con la que se
sembraría un árbol o se saca adelante una empresa.
A los grandes profetas, en su tiempo, se les atacó; no
encajaban en la sociedad: eran un parche mal pegado.
Pero después, los recordamos con reverencia y los
mencionamos como una fuente de sabiduría, y nos
decimos: ojalá los hubiéramos conocido a tiempo. Sí,
ya cuando pasa el tiempo, después de que se amansan
las pasiones, voltea uno hacia atrás y puede reconocer
con seguridad a los buenos líderes de los malos. Pero
se necesita que se acaben las exaltaciones: Mientras
que uno tiene un enardecimiento en la cabeza, el
razonamiento está nublado y no ve uno lo obvio.
Podríamos decir que, si a alguien le reconocemos
su grandeza a tiempo, es señal de que no fue más
grande que el promedio de nosotros, que era de nuestro
mismo tamaño, porque lo pudimos reconocer; o bien…
que nosotros fuimos lo suficientemente grandes como
para darnos cuenta de la grandeza que teníamos ante
nuestros ojos: y tuvimos la sabiduría necesaria para percatarnos de su valor, y la humildad necesaria para
reconocerlo. Y sí, eso puede suceder: siempre hay un
numero de personas sensatas en cualquier sociedad,
pocos desde luego, pero sí los hay.
Nuestro amigo pasó por nuestro mundo, regando todos
nuestros días, con palabras llenas de sabiduría; pero no
muchos nos dimos cuenta de ello: algunos seguíamos
charloteando nuestras payasadas infantiles, mientras él
impartía sentencias; y por ello no nos dimos cuenta de
que lo vimos pasar por nuestro mundo y que compartió
nuestro tiempo. Lástima de quienes no se percataron de
su existencia… ellos se lo perdieron; enhorabuena por
quienes, si lo pudieron notar, pues ellos enriquecieron
sus vidas con la abundante fuente que manaba de su
existir.
Este hombre era nuestro Sócrates, era nuestro Platón,
era nuestro Aristóteles; y por eso en nuestro tiempo, sólo
fue un estorbo, alguien que nos incomodaba, porque no
festejaba nuestras payasadas, porque no seguía el paso
de nuestras niñerías, porque decía sólo cosas raras, que
la mayoría no podía entender.
Algunos son como un campo que nunca se cultivó,
como una mente que, nunca conocido un libro, ni una
idea nueva o diferente; simplemente nació y creció en
el campo de su mente, la yerba que buenamente quiso
crecer, como se le dio naturalmente hacerlo: se quedó
como estaba. Lejos de ser un jardín bellamente cultivado,
fue siempre como un campo salvaje que permaneció
siempre en su existencia primitiva y natural; desearíamos
soñar con que se hubiera convertido en un campo de
cultivo ricamente productivo, pero nunca hubo una mano
que lo cultivara, que lo plantara, que lo arreglara.
Hay cosas que son propias de una edad, y en su
momento son graciosas. Así, un niño puede colgarse un trapo en la espalda, y soñar que es un superhéroe; y en
esa edad, se entiende, se justifica y es gracioso; Pero si
lo mismo vemos haciendo a un viejo de 60 y tantos años,
ahí ya no funciona y en vez de festejarle su ocurrencia,
nos apenará su estado mental. Algunas personas nunca
crecieron mentalmente: Después de los 60 años, siguen
pensando como cuando tenían 16; nunca entendieron
las reglas de la vida, y siguen creyendo que son un
superhéroe, y que, con su varita mágica, compondrán el
mundo a su manera y que todos tendrán que adaptarse
a su manera personal de pensar. Y así actúan en la
vida, y así actúan políticamente y así van por el mundo,
descomponiendo lo poco que funciona, y soñando
que ellos sí compondrán el mundo. Aunque sólo sean
hábiles para hallarle defectos a lo que otros hacen,
pero incapaces de hacer que una cosa bien hecha les
funcione.
Nuestro amigo fue grande… y ahora lo recordamos
con agradecimiento y nos damos cuenta, tardíamente,
que cuando el grueso del grupo decía tonterías y
sandeces, él aportaba una palabra sabia, que volvía
el río desbordado a su cause y nos dejaba a todos
un buen sabor de boca y una sonrisa en el alma. Lo
vamos a recordar siempre, estoy seguro de ello, porque
sus frases acertadas y prudentes seguirán sonando
en nuestro recuerdo cada que sean propias para el
momento que estamos viviendo. Y lo vamos a recordar,
porque es una regla básica de la vida, que, pasado el
tiempo, aquilatemos adecuadamente a quien realmente
nos benefició y olvidemos a quien, en su momento, lo
hicimos popular entre todos, porque nos decía lo que
nosotros queríamos oír. El hombre grande, con el tiempo
se hace más grande; el bufón, nos puede hacer reír de
satisfacción cuando dice lo que queremos que diga, pero
cuando muere, con él muere su recuerdo o si permanece,
lo hace como un referente de la estupidez, del modelo de
lo que no debe hacerse.
A ti te vamos a recordar amigo, todos los aquí
presentes, y conforme pase el tiempo, tu recuerdo
crecerá en nuestra memoria; como crece un árbol bien
plantado, como florece un campo bien cultivado; porque
tú fuiste un buen hortelano, porque tu mano sabia y
prudente, supo poner la semilla a tiempo y cultivar
nuestra tierra con sabiduría; y te recordaremos, cada
que saboreemos el fruto exquisito de cada una de tus
frases, en el momento exacto en que la necesitemos y
aparezca en nuestra memoria .
Por Javier Contreras
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